La luz es la culpable

La luz es la culpable

La tercera conferencia de Hawking se titula: “Agujeros negros”; y la cuarta: “Los agujeros negros no son tan negros”. En la tercera afirma: “Los agujeros negros son uno de los pocos casos en la historia de la ciencia en los que una teoría se desarrolló con gran detalle como un modelo matemático antes de que hubiera alguna prueba a favor de su corrección procedente de observaciones”. También dice que entre los físicos circuló la expresión: “un agujero negro no tiene pelo”. Esto quiere decir que “un cuerpo que ha colapsado debe perderse cuando se forma un agujero negro, porque después de ello todo lo que podemos medir acerca del cuerpo es su masa y su velocidad de rotación”.

Se estima que el “colapso gravitatorio” de una estrella o de “la región central de una galaxia” puede producir enormes cantidades de energía. Un hoyo negro sería, pues, una gigantesca central eléctrica. Hawking piensa que alguna vez podremos aprovechar “la emisión” del hoyo. Sobre este punto, en la cuarta conferencia, expresa: “El agujero negro tendría la masa de una montaña comprimida en el tamaño del núcleo de un átomo. Si tuviéramos uno de estos agujeros negros en la superficie de la tierra, no habría forma de impedir que cayera atravesando el suelo hacia el centro de la tierra. Oscilaría de un lado a otro a través de la tierra, hasta que finalmente se asentaría en el centro”.

Culmina la imaginación del cosmólogo con estas palabras, no sé si “cuasi-estelares” o cuasi-poéticas: «por eso el único lugar donde colocar un agujero negro semejante, en el que se pudiera utilizar la energía que emitiera, sería en órbita alrededor de la tierra y la única forma de ponerlo en órbita en torno de la tierra sería atraerlo allí remolcando una gran masa por delante de él, algo parecido a poner una zanahoria delante de un asno. No parece que esta sea una propuesta demasiado práctica, al menos no en el futuro inmediato”.

Mieses Burgos escribió: “De toda esta demencia la luz es la culpable;/ porque sólo la luz es la que muestra,/ la que revela el signo de lo propio;/ su escandalosa voz de pregonera/ resta veracidad a lo que dice…”.

 

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