La maestría del retrato y Fernando Peña Defilló

La maestría del retrato y Fernando Peña Defilló

Marianne de Tolentino

Quién no ha escuchado esa observación y diálogo acerca de un recién nacido: “Es el retrato de su padre… No, es más bien el de su madre” . ¿Qué significa aquí el “retrato de”? Se refiere a “parecerse a”… Ya nos acercamos a la significación del retrato según el diccionario, la representación de una persona real, y, en arte, a través de una pintura, un dibujo, una escultura aun, el mayor parecido posible con un modelo.

Más a menudo se capta un rostro, pero también lo hay de cuerpo entero, sobre todo en los personajes históricos. Otra característica frecuente es que corresponde a una obra de encargo, para la posteridad, para la memoria, o para la vanidad, y entonces su estilo más adecuado es el realismo…

La exposición, “El retrato según Fernando Peña Defilló”, actualmente en el museo del artista, enseña hasta qué punto la interpretación de ese género por el gran maestro recién fallecido se destaca por los rasgos indudablemente comunes de la semejanza, y al mismo tiempo, por una definición más rica y original.

Cabe señalar una vez más… que una pequeña muestra –aquí 21 cuadros– puede ser una gran exposición, que se aprecia completamente y con claridad. Tanto la museografía –que supo aprovechar óptimamente los espacios– como cada obra exhibida –entre pinturas y dibujos, de distintos formatos– se equipara con la siguiente por su excelencia.

El retrato para Fernando Peña Defilló. Es la oportunidad de una obra maestra especial, que responde a una motivación interior. Fernando Peña Defilló nunca aceptó hacer un retrato encomendado por razones de ganancia o de homenaje público. Lo percibimos inmediatamente.

Los autorretratos, aquí siete, demuestran esa idoneidad, siendo a la vez toma de consciencia, metáfora y metamorfosis, tres valores (re)conocidos que encontramos en la auto representación de Papo. Así, el magnífico “Autorretrato del rayo” nos propone una versión totalizante de la madurez triunfal: rostro impecable, panoplia ejemplar del oficio pictórico, naturaleza cómplice y actuante, en una composición elíptica y dinámica.

Tres autorretratos muy bien colocados, como si fuese un tríptico, proponen una catarsis, la purificación del sabio y estudioso del nirvana desde una ancianidad sublimando mística y animismo. El cuarto, titulado “El pensador”, de cabeza grande y dolorosa, aparenta una premonición del más allá…

Observamos que Fernando Peña Defilló no solamente se interroga pictóricamente a sí mismo, sino que, intensamente, profundiza la identidad, de la vista a la vida, en los retratos que hace de otros y de otras. El expresivo y radiante retrato de Jeannette Miller comunica tanto una sensación de aprecio personal como el aura de plenitud y de florecimiento interior –¡con el estampado del traje!– que transmite la escritora, las manos posadas sobre un libro que ella escribió del artista.

Fernando Peña Defilló hace, simple y reiteradamente, obras maestras, y como lo nota Ricardo Ramón Jarne, también “la mujer anónima dominicana cobra un protagonismo singular, su belleza cautiva al artista (…)”. Así, nos quedamos absortos ante “Amapola”, su pureza y juventud pensativa sobre fondo negro, ante ese perfil ícono que la tela comparte con un paisaje real-simbólico de flamboyán, tierra y agua. Simultáneamente, la composición geométrica es impactante. Este retrato, para nosotros anónimo, es un cuadro mayor en todos sus aspectos.

La juventud es “divino tesoro”, al igual que la naturaleza circundante, y Fernando Peña Defilló frecuentemente las asocia en sus retratos.

Él proyecta serenidad y paz existencial en Julito, Anabela, Luis Miguel o su hermana Elsa.

La fuerza de los dibujos. Si pinceladas, toques y tonos contribuyen a esculpir la forma en las pinturas, la línea, el blanco y negro, la precisión inmejorable testimonian otra maestría en aquellos dibujos, refinados y sugerentes –trátese de “Inmortales” seculares o de mozas adolescentes–. Con razón les confirieron una pared especial.
Fernando Peña Defilló fue, aquí, un precursor del arte contemporáneo cuando nadie lo entendía, pero no dejó de venerar el Renacimiento y el Clasicismo. Él les rinde tributo en dos retratos “a trío”, de tamaño heroico… e increíblemente sus manos también hablan. Ha sido una especie de juego genial, ¡y cuánto, probablemente, el maestro de hoy había gozado, resucitando a los maestros de antaño! Rafael, Leonardo, Miguel Ángel, Rembrandt, Durero, Velázquez nos dedican aun sus miradas: en un retrato los ojos llegan a dialogar con quien lo contempla.

No podía faltar Pablo Picasso, más bien un magnífico dibujo pintado, infinitamente admirado por Peña Defilló, pero objeto de sentimientos complejos… Él titula la obra “Transfiguración de Picasso”, y detrás de la figura, palabras referentes al mercado y a la Bolsa dejan una lectura abierta. ¿Son los multimillonarios que pueden comprar un Picasso, o será una alusión a la vena mercurial del ídolo?

En breve. “Una palpitante vida interior reflejada en la superficie de cuerpos y rostros”, es la definición del realismo que propone Fernando Peña Defilló, pero la podemos extender a toda su producción como retratista, que conjuga interioridades del modelo y una fisonomía fiel a la identidad física. Ahora bien, todo su itinerario plástico está sembrado de retratos… imaginarios, y no nos sorprendería que, en el futuro, el Museo Fernando Peña Defilló presente, sobre el tema, una segunda exposición.

 

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