La Magdalena eterna Carlota Carretero inmensa

La Magdalena eterna Carlota Carretero inmensa

Descubrimos a la escritora belga Margarite Yourcenar, al leer, hace muchos años, su famoso libro “Memorias de Adriano”, pero no fue hasta el 2006 cuando vimos en escena por primera vez uno de los relatos, de su libro “Fuegos”, “Clitemnestra o el crimen”, presentado en la sala Manuel Rueda e interpretado por la actriz Isabel Spencer, como parte de las celebraciones del VI Festival de Teatro Emilio Aparicio de ese año.
La Yourcenar se aposenta esta vez en la sala Ravelo del Teatro Nacional, traída de la mano de Guillermo Cordero, quien escoge otro de sus poemas en prosa, convertido en un monólogo fascinante: “La Magdalena o la Salvación” -único relato de “Fuegos” apartado de la mitología griega-, interpretado por una de nuestras grandes figuras del teatro: Carlota Carretero.
La figura de María Magdalena ha sido una de las más controversiales de la historia desde hace dos mil años; el texto de Yourcenar, poético, pletórico de metáforas, de gran riqueza literaria, filosófica y psicológica, está inspirado en uno de los relatos hagiográficos de la “Leyenda áurea”, obra compilada en el siglo XIII, por el dominico Santiago de la Vorágine.

El monólogo dramático, intemporal, transmite emociones, convierte a La Magdalena en la novia de San Juan, quien la abandona el día de su boda para seguir a Jesús, surgiendo así un triángulo amoroso.
Magdalena pretende conquistar a Dios para reconquistar a Juan, pero será víctima de su propia trama.

Yourcenar, conocedora del alma humana, recrea además la vida de esta mujer antes y después de su encuentro con Jesús, y dejando resurgir el rencor, el sufrimiento y la desesperación en que se debate, convierte a la Magdalena en mito, en un personaje arquetipo que trasciende en el tiempo.

La puesta en escena. La escenografía construida por Carlos Ortega con un mínimo de elementos -solo una pequeña plataforma central movible- es un espacio gris, vacío, distante, ocupado en su totalidad por la presencia de la actriz Carlota Carretero, capaz de transmitir, con pasión, toda la fuerza dramática del personaje.
María Magdalena hace su entrada ataviada con una túnica gris metal, en armonía con el entorno monocromático de la escena, y con paso sinuoso recorre la estancia; se escuchan voces altisonantes, es el pueblo vociferando contra ella; entonces, haciendo mutis, se acerca al proscenio y con voz precisa, sin jactancia, declara: “Me llamo María, me llaman Magdalena”.
La actriz, haciendo acopio de sus plurales recursos actorales, con voz pletórica de matices, se desdobla, consigue exponer el conflicto existencial, la lucha interior en que se debate La Magdalena, personaje mítico que se reconstruye en el presente, y se vuelve real, en el espacio ficticio de la escena, a través de la actriz.
Carlota Carretero se desplaza una y otra vez, inicia el ritual, luego se desprende del manto que cubre su cabeza, y suelta la melena al viento, alegoría sutil de liberación.

Con movimientos sinuosos, y la plasticidad de sus brazos ondulantes en perfecta armonía con la música escogida –muy apropiada– por José Andrés Molina, la Carretero convierte su devenir escénico en danza vital.
Hay un elemento trascendente en esta puesta en escena: la luminotecnia, que potencia visualmente, con su amalgama, determinados momentos dramáticos; uno de esos momentos en que se produce la magia es aquel en que María Magdalena, subida en la plataforma con los brazos extendidos, es proyectada en el telón de fondo. La visión duplicada, nos remite a la escena del Cristo crucificado.

Magnífico el diseño de luces del siempre efectivo Bienvenido Miranda, así como los efectos especiales de José Enrique Villar.

María Magdalena, en su reflexivo soliloquio final, declara: “No me ha salvado ni de la muerte, ni del mal, ni del crimen, pues gracias a ellos nos salvamos. Me ha salvado tan solo de la felicidad”.

Carlota Carretero alcanza el cenit, produce un momento intenso, impactante, que logra conmover. El público, absorto, paralizado por un instante, se levanta y aplaude efusivamente.
Si ama usted el buen teatro, no puede perderse esta magnífica obra.

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