La temporada sinfónica 2015 ha marcado su impronta. Será recordada siempre por el hecho de que por primera vez, dos de sus conciertos hayan sido dirigidos por directoras; Zenaida Romeu, y este cuarto concierto por Sarah Ioannides.
El poema sinfónico “Finlandia”, del compositor finés Jean Sibelius, dio apertura a esta espléndida noche musical. El espíritu del nacionalismo, la patria bien amada, oprimida tantas veces, son motivo e inspiración para Sibelius.
Con una gran carga orquestal, los motivos patrióticos se suceden. El “Andante sostenuto es una evocación del hermoso paisaje finlandés. Contrastante, el tempo “Allegro moderato”, presenta las trompetas y trompas en una fanfarria, seguidas de una bella melodía, que se convierte en un himno vibrante, patriótico, orgullo de todo un pueblo, el final es una apoteosis. Con este bello, hermoso y enervante poema sinfónico, la directora Kristin Lee presentó sus credenciales ante el público dominicano, recibiendo de la orquesta una respuesta satisfactoria.
El programa continuó con el estreno en el país, del Concierto para violín y orquesta, Op. 33 del compositor danés Carl Nielsen, circunstancia que despertó muchas expectativas entre los melómanos, además del atractivo especial que significaba la fama que precedía a la joven solista de origen coreano Kristin Lee.
El concierto de solo dos movimientos, el primero conocido como “la calma Praeludium” –Adagio– inicia con un una brillante exposición del “tutti” orquestal, luego inicia el violín una bellísima melodía, cuyas dificultades técnicas son sorteadas por la solista de forma impecable. El último movimiento Rondo: Allegretto Scherzando, tiene una introducción en la que el oboe –Dejan Kulenovic– toma protagonismo, seguido de otros instrumentos de viento. El violín vuelve y envuelve con la mágica interpretación de Kristin Lee. El sonido del instrumento brota de sus manos, con una gama infinita de timbres melódicos, poéticos e impactantes. Además del virtuosismo evidente, la solista tiene una gran capacidad de comunicación, logrando esa simbiosis final entre instrumentista y oyente. El final, brillante, permite a la orquesta, junto a la violinista, alcanzar una amalgama de sonidos impresionantes. La directora, con carácter manifiesto, consigue cohesionar la belleza del todo.
El programa cierra con la Sinfonía No. 2 en Re Mayor, de Jean Sibelius. El “Allegretto” del primer movimiento en forma de sonata expone temas fragmentados sin relación, finalmente se integra y alcanzan una continuidad poco tradicional en un “crescendo” hasta alcanzar un clímax. El “Tempo andante” es un tanto sombrío, exponen los chelos y contrabajos, en “pizzicato” seguido por una melodía expuesta por los fagotes, luego se produce un estallido de los metales.
El “Vivacissimo” del tercer tempo es un tempestuoso scherzo, los timbales introducen un breve trío, el oboe esparce una atmósfera agreste, luego al final del movimiento un tema se une sin interrupción con el siguiente y último movimiento de la sinfonía “Allegro moderato”. Cuatro temas son expuestos: primero las cuerdas, luego una fanfarria de las trompetas, el segundo opone a las cuerdas las maderas; el tercero es dibujado por el oboe; en el cuarto tema, breve, la orquesta gana en amplitud en un continuo crescendo. En la coda triunfal dominan los metales, el clima es de apasionada exaltación.
La directora Sarah Ioannides imprime a esta extensa sinfonía un tempo rápido “in extremis” y cuando la velocidad es excesiva se pierde el ideal del tempo. Pero la apreciación del arte, y especialmente de la música, puede en muchos casos ser subjetiva.
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Aplausos a las directoras
El público, puesto de pie, retribuyó con prolongados aplausos esta noche singular, y nosotros nos sumamos a ellos. De nuevo felicitamos al maestro José Antonio Molina, titular de la Sinfónica Nacional, por la oportunidad que nos brinda en esta temporada de aquilatar y disfrutar la eficiente dirección sinfónica de mujeres, que definitivamente, abren caminos al andar.