La maldición de Babel: Cada “sabio” con su tema

La maldición de Babel: Cada “sabio” con su tema

Rafael Acevedo

Muchos pensadores del pasado soñaron con un solo idioma para toda la humanidad: Esperanto, llegaron a llamarle. Con el mismo todos nos entenderíamos. La posibilidad de tener uno o varios lenguajes comunes existe, pero la humanidad tiende a que cada cual se comunique solo con unos pocos con quienes le interesa entenderse. Cada vez estamos más aislados respecto a nuestros semejantes más “significativos”; concepto, este último, que los sicólogos sociales acuñaron para referirse al conjunto de personas con las que más interactuamos desde nuestra niñez, y a partir de las cuales cada uno de nosotros aprende a ser semejante a los demás, y a tener una percepción de sí mismo, en base a las respuestas y reacciones de los demás con respecto a nuestra conducta individual. Los sicólogos sociales, además, han explicado por qué esos otros significativos son, precisamente, los que le dan sentido y valor a nuestras vidas, y representan aquellos seres y valores por los cuales la vida merece vivirse.
La torre de Babel tiene un gran valor metafórico y didáctico; como lo tiene toda la Biblia con respecto a las experiencias del diario vivir. Un verdadero creyente entiende que toda rebelión contra la voluntad de Dios conduce a situaciones difíciles. Los que pretendían construir una torre hasta el cielo no difieren en mucho de los que creen que la ciencia y la tecnología los llevarán a librarse de sus problemas existenciales, emocionales y espirituales. Cualquier persona sensata sabe que ese no es el camino. Pero la narración bíblica tiene otros pespuntes. Toda la Biblia es también un código “literario”, un sistema de símbolos y significados mediante los cuales el Creador intenta comunicarnos sus propósitos.
El relato de la torre de Babel incluye, además, una advertencia sobre lo que puede suceder a quienes intentan “evolucionar” sin los consejos que provee el “Manual del Fabricante”, como algunos llaman a la Biblia. El relato refiere que los que en su soberbia se apartaron de Dios, fueron castigados con una gran confusión de lenguas, cada individuo o clan con su propio lenguaje: y nadie pudo ya entenderse con los demás.
Un sociólogo famoso dijo que los expertos saben cada día más sobre particularidades, perdiendo de vista cosas fundamentales; desarrollan jergas especializadas, lenguajes de pequeños grupos que apenas tienen tiempo para comunicar sus descubrimientos sobre peculiaridades y fragmentos de sus materias de estudio.
Cualquiera inventa “conocimientos”, conceptos, neologismos, en gastronomía, estética, en disciplinas corporales. Cada cual, por su cuenta, patentizando “saberes” y “descubriendo” nuevas propiedades de alimentos, formas de dormir, cohabitar, frotarse un dedo o hacerse cosquillas. Cada cual, con su palabrería propia, pertenece a un grupo de Whatsapp, Instagram, Youtube; redes que, paradójicamente, suelen aislarnos social y emocionalmente respecto a parentelas y vecinos, inhabilitándonos para compartir experiencias y valores. Todos sabemos demasiado, tenemos nuestros gurús favoritos y marcos de referencia a nuestro gusto y complacencia. “Cada loco con su tema”, creyendo que seguimos hablando un mismo lenguaje. Peor que Babel: Ni siquiera reparamos en que no nos estamos comunicando.

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