La maldición del rey  Salomón y el hoyo moral dominicano

La maldición del rey  Salomón y el hoyo moral dominicano

La peor desgracia que le puede pasar a un país, es la anomia espiritual,  el caos moral. Nadie soporta una situación social totalmente inestructurada, en la cual nadie puede predecir la conducta de los demás, ni quién le puede hacer daño. Enorme y prolongado esfuerzo cuesta a padres y maestros enseñar a los niños un solo hábito de conducta, a respetar lo ajeno. Lleva décadas que una sociedad internalice y haga propia no tirar basura en el suelo, respetar las señales de tránsito en ausencia de vigilancia policial. Pero bastan muy pocos días de abandono y falta de castigo o de “reenforzamiento” de una ley, para que cada cual haga de su cuenta.

Leonel Fernández empezó su mandato de 2004, pidiendo a Dios, como Salomón, sabiduría para gobernar a su pueblo. (Esas fueron sus palabras inaugurales). Fue tan sabio Salomón que aumentó los límites de su imperio, y como nunca tuvo Israel gloria y poder. Pero con los años, Salomón solazó su ego con riquezas, sapiencia, fama, poder y concubinas, para terminar deprimido, con su reino dividido y empobrecido, destrozado por los tantos impuestos demandados por su gobierno.

Siglos atrás, los israelitas vivieron la purga de cuarenta años en el desierto,  y abandonaron las costumbres paganas, su exquisita gastronomía, y sus formas licenciosas de “darse vida”. Pero aún así perdían  fácilmente la disciplina inculcada por Moisés. Los pueblos sin educación y sin tradición, como el nuestro,  pierden aún más de prisa las pocas buenas costumbres que a duras penas han adquirido.

Pero el daño moral que ocasiona un mal ejemplo desde los altos del Palacio de Gobierno, tiene un efecto más devastador sobre la moral común.  Aún mayor, en el contexto de una pobreza represiva, cargada de aspiraciones aberrantes de consumir a como haya lugar, dentro de un Estado depredador, abusador, ineficiente, ineficaz.

Como Salomón, Leonel adquirió sabiduría para gobernar, bastante poder, fama y riqueza. Pero ni uno ni otro pudieron evitar la bancarrota moral: aquel entre mil concubinas, y éste, entre la vanagloria del poder y la fama; ambos, indiferentes hacia los grandes males  de la nación. Salomón terminó depresivo, desilusionado,  sobre todo de sí mismo, viendo que su gran saber mundano de poco le sirvió contra la desgracia de ver su reino dividido, padeciendo el ocaso de su gloria y poder, perseguido y acosado por cercanos colaboradores, y abandonado por  el Dios al cual soslayó.

A menos que la historia se llegue a escribir de otro modo, el panorama futuro muestra  a un Leonel moralmente derrotado. Un brillante hombre de letras y hábil político, que no servirá a nuestras futuras generaciones como ejemplo digno de imitar. Contrariamente,  su inteligencia mundana, de trapacería y chicanería política,  lo proyectan como responsable de una gran depresión moral de miles de los que creyeron en su talento y bonhomía. Autor principal del peor hoyo moral, abismo por donde se está despeñando la esperanza de generaciones. ¿Podremos evitarlo? ¿Podrá, acaso, el presidente Medina?

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