La manipulación de la palabra

La manipulación de la palabra

Cuando mi hermano Alejandro traspasó la adolescencia había alcanzado una estatura considerable. Más de seis pies acompañados de una notable delgadez, por cierto ya ida hace tiempo.

En algunas ocasiones oí que personas amigas de la familia comentaban con asombro la contextura física de Alejandro y se referían a él como un joven largo y flaco.

Alejandro siempre corregía con estas palabras: “Largo y flaco no; alto y delgado”.

Aunque no es el caso de Alejandro, quien en su vida adulta ha incursionado en la actividad política y se ha caracterizado por ser claro y directo al trasmitir sus ideas, la mayoría de los políticos usan el lenguaje para aparentar decir lo que no están diciendo. Lo manipulan, lo retuercen y al final nos ponen a aplaudir expresiones que no son de nuestra conveniencia, haciéndonos creer que dicen lo que en realidad no están diciendo.

Alguien ha dicho que en el uso del lenguaje todos los políticos son iguales; sin embargo, algunos, como dice un buen amigo, son más iguales que otros.

Pensemos, por ejemplo, en que en la República Dominicana tenemos un considerable déficit de centros escolar escasez de material didáctico, sueldos de maestros vergonzantes, déficit en el número de maestros, escuelas con el sistema sanitario en crisis, problemas con el desayuno escolar y que frente a tan tétrico panorama, al exigir un poco de dinero para paliar estas necesidades, un gobernante nos diga: “De lo que se trata no es de más o menos recursos, sino de determinar qué se enseña, cómo se enseña y para qué se enseña. Es necesario concebir primero una enseñanza de calidad y luego preguntamos cuánto nos cuesta”.

Sentada en un block de cemento, desde una enramada tomada por escuela, una niña de “Arroyo Rico”, de Miches, se pregunta: ¿Qué habrá querido decir?

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