La Mañosa: nación e identidad

La Mañosa: nación e identidad

-I-

Durante el Mes de la Patria, hemos presentado colaboraciones relacionadas con temas patrióticos, de nación, identidad y soberanía:
La Mañosa, primera novela de Juan Bosch, publicada en 1936, puede ser considerada una de las obras literarias que, en términos simbólicos, representa más hondamente la dominicani¬dad, si se acepta el hecho de que la historia republicana de nuestro país ha estado marcada por las luchas de liberales y conservadores. Aunque la novela tiene personajes bien definidos, la figura central, protagónica, es la guerra civil. Ella no se ve, pero se siente. Es el aliento, la atmósfera en toda la obra, sus consecuencias dramáticas.

El general Fello Macario, «un caudillo generoso y valiente», y el guerrillero Monsito Peña, «el caudillo adversario», simbolizan la modalidad cibaeña de los caudillos regionales. También los hubo en el Sur, en el Este y en la Línea Noroeste. En esta última zona tuvieron mayor incidencia los jefes locales. El hecho de que en la novela solo aparezca una región del país como escenario, no dismi¬nuye su condición de símbolo de lo dominicano.

La Mañosa, representación de lo nacional y depositaria de los avatares y aspiraciones por venir, como el ideal de Salomé Ureña de Henríquez, en la certeza de lograr el engrandecimiento del país, a pesar de la guerra civil y los levantamientos, la expresión es preci¬sa: «No dejar camino real por vereda». En la novela, el camino real representa el escenario principal donde se desarrollan la cotidiani¬dad y muchos de los sucesos de la trama. Se trata de la esperanza, la luz al final del túnel, la convicción de renacer como proyecto de nación y sociedad hasta de las propias cenizas.

En la zona rural, además de la claridad del día y la sombra de la noche, el camino real es la única referencia posible de orienta¬ción. En ese contexto, es un símbolo de cultura y ruptura con la naturaleza incierta de la vereda y la maleza enmarañada. Aparte de la parroquia y el centro comunal, se convierte en el más impor¬tante espacio de información y encuentro. El camino real se va construyendo en el tiempo, sobre la base de un diálogo profundo del hombre con la naturaleza: él preguntando por dónde ir, y ella marcando la ruta y su destino.
El escritor Manuel Mora Serrano llega, incluso, a hacer un símil entre La Mañosa (la mula) y la Patria: «Nunca sabremos si es una simple mula o la Patria misma». Y explica: «Pero lo cierto es que, a medida que los revolucionarios ganaban, la mula padecía más y era objeto de robos y maltratos (los malos gobiernos y la invasión norteamericana) y cuando al final se sabía la verdad de los rebeldes, la mula, también estaba condenada a muerte».

Si bien la novela refiere los sucesos bélicos de finales del si¬glo XIX y principios del XX, ellos representan todas las luchas irregulares del proceso histórico nacional. Esos enfrentamientos marcaron nuestra historia desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años 70 del XX. El conflicto comenzó en los días de la fundación de la República, entre liberales y conservadores. El 9 de junio de 1844 los trinitarios derrocaban a Tomás Bobadilla como presidente de la Junta Central Gubernativa, posición que pasó a ser ocupada por Francisco del Rosario Sánchez.
Poco después, el general Pedro Santana lo sacaba del poder. Ha sido tan recurrente el conflicto bélico, que solo entre 1865 y 1879 hubo alrededor de cincuenta alzamientos que dieron lugar a unos veinte gobiernos. Muchos de ellos tenían ribetes de libe¬rales o conservadores, pero en el fondo no eran más que enfren-tamientos de sectores sociales por lograr un espacio de mando que les permitiera obtener poder social o económico, o los dos beneficios a la vez.
En realidad, las guerras civiles eran la manifestación más pal¬pable de esa inclinación a buscar por la vía de la confrontación la posibilidad de sobrevivencia individual y el ascenso social, re¬vestido, muchas veces, de sentimientos patrióticos y de supuestas posiciones políticas, sin ninguna sustentación ideológica. Estaban ausentes las bases infraestructurales y económicas que sirvieran de matriz y reserva al tipo de sociedad liberal y moderna que aspira¬ban levantar.

De ahí las distorsiones expresadas a lo largo de todo el proceso social dominicano. En vez de ser la guerra civil, la verdadera pro¬tagonista de la obra, una vía para imponer, en el caso extremo, un ideal, funcionó como factor de destrucción, sembrando víctimas en los caminos, y sus dirigentes, en muchos casos, no eran cohe¬rentes con sus proclamas.

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