La marcha de perucho

La marcha de perucho

Surgen con frecuencia, en las revoluciones, cantos de guerra para impulsar la pasión sin límites en las contiendas dándole las fuerzas necesarias al coraje colectivo para el triunfo de los empeños que se persiguen.

Hasta las huestes de Pancho Villa, aquel famoso presidiario fugitivo convertido más tarde en héroe de la revolución mexicana, tenían himnos populares como el corrido Adelita, para estimular, antes de las batallas, en coraje necesario y facilitar la destrucción del enemigo.

Pero hay dos cantos que merecen una consideración especial: La Marsellesa y La Bayamesa. Este último en su momento inicial fue reconocido como La Marcha de Perucho.

La Marsellesa fue un himno improvisado con características de ardiente declaración de amor a la patria y a la libertad.

Como todos los himnos espontáneos La Marsella tiene una historia impresionante y emocional. En una noche con el impuso de una creación espontánea surgió este canto. Las luces del alba alcanzaron al joven oficial de ingenieros Rouget de Lisle en la primavera de 1792 en Estrasburgo hasta lograr, en una improvisación incontenible su letra y su música.

En el verano de 1792 se propagó por todo el territorio francés con un entusiasmo delirante. La Marsellesa se convirtió en canto de guerra oficial de la Francia revolucionaria, en lucha con Austria desde el 20 de abril de 1792.

La Marsellesa fue una marcha y un canto de guerra a la vez, y se le llamó así por haberlo cantado los revolucionarios marselleses llegados a París con el propósito de respaldar, en todas sus instancias, a la Revolución Francesa.

Muy lejos del escenario francés, en Cuba, desenvolvía su vida en el pueblo de Bayamos Perucho Figueredo, un hombre rico y también un romántico consumado. Sueña con hacer libre a Cuba y lo proclama desde su casa de campo hasta todos los rincones que visita. Su vida la alterna componiendo al piano aires populares. También escribe versos. Una marcha que él compone se toca en todos los pianos del lugar, se silba en las calles y a todas partes llega con una emoción impresionante. La gente la llama La Marcha de Perucho. Hasta los propios españoles se doblegan susurrándola con interés: Perucho sigue en su campaña revolucionaria y se atreve a repartir una proclama llamando el pueblo a las armas. Más tarde, se fortalece la potencialidad de la revolución y según relata Germán Arciniegas «el Pueblo de Bayamo había jurado entregarle sus vidas a Perucho Figueredo. Se declaran libres los esclavos, que saltan como diablos alcoholizados gritando palabras africanas, silbando la Marcha de Perucho. Se pone cerco a Bayamo. La matanza es terrible, el triunfo rápido. Muy pronto las campanas se echan a vuelo y los cañones anuncian la victoria. Perucho grita en la plaza: «Viva Cuba Libre». Un coro monstruoso tararea su marcha. El pueblo le pide a voces que escriba la letra. Sobre la cabeza de la silla jineta, manteniendo por un momento su caballo, improvisa la estrofa:

¡A las armas corred bayameses

que la patria os contempla orgullosa

no temáis una muerte gloriosa,

que morir por la patria es vivir…!

Pero el destino le fue ingrato a Perucho en los finales de su existencia.

En la larga guerra vienen los reveses, las continuas persecuciones. Perucho se encuentra muy enfermo, sólo le acompaña un criado. Las guerrillas españoles le tienden un cerco fatal. Trató de suicidarse arrojándose contra su sable. No lo consigue por eso lo hacen prisionero.

Esperando su ejecución le escribe a su esposa:

«Hoy se ha celebrado consejo de guerra para juzgarme y, como el resultado no puede ser dudoso, me apresuro a escribirte para aconsejarte la más cristiana resignación…»

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