La marcha de Uslar

La marcha de Uslar

 PEDRO GIL ITURBIDES
La marcha contra la corrupción que se efectuó hace pocos días en la zona colonial me recuerda el esfuerzo de don Arturo Uslar Pietri por evitar que los venezolanos llegasen a donde han llegado. Octogenario ya, y en la plenitud de sus facultades, don Arturo convocó una marcha como la de Santo Domingo, en la Caracas de sus amores.

 Nominó aquél esfuerzo por seducir a sus compatriotas como «la marcha de los tontos», pero la expresión última dicha en criollo. Reunió, conforme los informes de los medios de comunicación social de su país, seis lustros atrás, cincuenta mil tontos. Pero este vocablo, dicho en criollo.

El famoso autor de «Las Lanzas Coloradas» deseaba decir que el peculado habría de llevar al desastre a Venezuela. Sus dardos estaban dirigidos contra Carlos Andrés Pérez, que retornaba vigoroso a la palestra, olvidado de Sierra Nevada y lo demás. Don Arturo quería que los venezolanos recordasen el desventurado período, no tanto por perpetuar la memoria de los corruptos, sino por lograr que sus conciudadanos votasen contra ellos. La débil sanción moral, impuesta a Pérez por un congreso federal dominado por su partido Acción Democrática, en vez del proceso encaminado a la acción penal, permitió el retorno.

Los cincuenta mil tontos,  esta palabra pronunciada en criollo, como recordarán los que hagan memoria de ello,  causaron tremendo impacto entre los caraqueños. Algunos de los escritores políticos de la Agencia Latinoamericana (ALA), que servía a diarios dominicanos, comentaron el éxito de la marcha. Y sin duda fue exitosa. Entre el trío de centenas que acudió en Santo Domingo a la marcha de la semana anterior, y los cincuenta mil tontos  – pronunciemos en criollo este término – de don Arturo, existe una desproporción enorme. Pues se equiparan el número de habitantes de la Caracas de aquellos días y el número de cuantos vivimos en el Santo Domingo de hoy.

Pero el efecto fue, sin embargo, comparable. Porque allá por aquellos tiempos como aquí en nuestros días, la indiferencia es el patrón de la conducta social. En buena medida nos inclinamos con absoluta negligencia ante llamados de este tipo, cuando no con envidiosa complicidad ante quien asalta el tesoro público. Basta contemplar el yo te perdono para que me perdones que entronizamos por estos años, para que se comprenda por qué acudió un número comparativamente escaso de preocupados, a la marcha contra la corrupción de Santo Domingo.

Me recuerda esta propia afirmación el dejo de tristeza que imprimió don Joaquín García a la carta que enviase, ido ya de Santo Domingo, a su homólogo venezolano en 1801. Arribaba a la ciudad venezolana de Maracaibo con su esposa e hijos, en los buques que Toussaint Louverture hizo salir de prisa de los puertos la parte este de la isla. Le acompañaban los oficiales y soldados del batallón de Cantabria y los funcionarios que lograron asir con rapidez la talega que les permitió llevarse Louverture.

Y se quejaba don Joaquín ante el Mariscal de Campo don Manuel de Guevara Vasconzelos por la conducta de muchos criollos de la parte este. Ante lo incierto de lo desconocido, escribía doscientos años atrás, muchos de los criollos pactaron con el invasor a espaldas de sus gentes, para ganar o preservar fortunas. Esto impidió que retardase la entrega, como lo acordase anteriormente con oficiales franceses, pues el atrevimiento de Louverture halló voluntades acogedoras en la parte este.

Con la corrupción, por estos tiempos, ocurre lo mismo. Por eso no pudo nada don Arturo Uslar Pietri, con la marcha de sus cincuenta mil tontos  – esta expresión pronunciada en criollo con buena gana para ello. Retrasó, tan sólo, la debacle que él mismo no llegó a contemplar, pues falleció, frisando la centuria de vida, antes de que el comandante Hugo Chávez Frías comenzase a jugar a la ruleta con el petróleo. Y peor aún, con la tranquilidad de todos sus conciudadanos.

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