La matanza de Virginia Tech

La matanza de Virginia Tech

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
“No abrigues esperanzas ilusorias;
y si alguna vez esperas algo de
alguien, ¡díselo!”
(Carlos G. Vallés S.J)

Hace ya un buen tiempo, cuando el espíritu y el alma iban primero que el dinero y no habían asomado la globalización y la competitividad, leí en un clásico -el Decamerón de Bocaccio- que: “Es de humanos atribularse del dolor de los afligidos”.

De verdad que me conmocionó la matanza de 33 personas en el campo universitario de Virginia Tech. Con posterioridad a este penoso hecho me sorprendió la reacción de algunos dominicanos porque, o su sensibilidad ha mermado, asfixiados por la cotidianidad que nos avasalla, o el bombardeo del quehacer político-electoral no nos da espacio para más. Lo cierto es que en los sitios que frecuenté prácticamente no escuché a nadie comentar este lamentable suceso.

Este artículo tiene por motivación apelar a la conciencia y la reflexión de nosotros, los dominicanos, en procura de una sana dignidad humana para cuyo propósito debo relatar algunos detalles de esa tragedia.

Entre el primer ataque (7:15 a.m.) cuando murieron dos personas, por asunto de imagen, las autoridades universitarias no dieron la alarma de lo acontecido, y a las 9:50 a.m. cuando habían mediado dos horas y treinta y cinco minutos (2:35), el homicida ultimó treinta (30) personas más.

La cuestión de la imagen es la causal de los últimos 30 muertos. Así de sencillos son los americanos, para luego montar un “show” en el cual después de todas las escaramuzas judiciales tendentes a provocar morbo social, al victimario lo condenan a cadena perpetua o la pena de muerte por los medios u opciones que decida un juez. Como en una especie de drama, el desenvolvimiento del juicio se difunde en todos los medios de comunicación del mundo, acicateados por los gurús de la prensa escrita, el New York Times y el Washington Post. En este caso el homicida Cho Seung-Hui al suicidarse, le evitó a la sociedad que él incriminó -y de qué manera- el espectáculo a través de los medios televisivos, radial y escritos.

La expresiones que para ser transmitidas por la televisora NBC profiriera este perturbado joven Cho Seung-Hui, de apenas 23 años, hechura de esa sociedad, entre el primero y el segundo tiroteo que perpetró para exterminar la vida de 33 estudiantes y profesores, incluida la de él, dejan traslucir su dolor, desdén profundo, desprecio e insatisfacción con esa sociedad y sobre todo con quienes conformaban su entorno comunitario, tildándolos de “ricos consentidos” con “necesidades hedonistas”. Este inmigrante surcoreano, quien optaba en esa universidad nada más y nada menos que por un grado en filosofía inglesa, agregó: “Ustedes tenían cien millones de millones de oportunidades y medios para evitar lo de hoy”, y continuó diciendo: “Pero ustedes decidieron derramar mi sangre. Me arrinconaron y me dieron una sola opción. La decisión fue de ustedes. Ahora tienen las manos manchadas de sangre y nunca podrán lavárselas”.

Su profundo pesar y lo que lo indujo a su inexplicable accionar en ese día fatídico estaban aunados en su corazón y su psiquis, expresados en sus palabras finales, dichas previo a dejar esta vida: “Ustedes han devastado mi corazón, violado mi alma y quemado mi conciencia”. “Creían que extinguían la vida de un chico patético. Gracias a ustedes, muero como Jesucristo, para inspirar a generaciones de personas débiles e indefensas”.

Lo de Virginia Tech y el reciente asalto a la NASA que cobró otras dos vidas, en adición al derribamiento de las torres gemelas el 9/11, la insensata y sangrienta guerra de Irak, cuyo exterminio sin lugar a dudas compite con el holocausto judío, no son causas sino consecuencias de ese pobre país, Estados Unidos de América, que en términos bélicos y económicos, es el más poderoso de la tierra y de la luna, pero que infortunadamente decisiones desquiciantes y equivocadas tomadas por sus más altas instancias sobre la plataforma de la lucha contra el terrorismo, la droga, y con la violencia como su soporte político, ha traído a América como contrapartida la incertidumbre e inseguridad, distanciándolo de la paz y el sosiego de los cuales se merecedora esa pujante Nación.

Se hace inminente que adquiramos conciencia de que debemos cambiar de rumbo pues lo de Virginia Tech es una tragedia y una lección no sólo para Estados Unidos sino para la humanidad toda.

De no operarse ese cambio que descansa principalmente, pero no exclusivamente, en la capacidad, la serenidad y prudencia de los líderes mundiales cobrará vigencia la sabiduría popular, que no por trivial es menos asertiva de que: “aquellos vientos traerán estas tempestades”, porque aunque parezca una premonición cruel y de muy mal gusto, todo lo ocurrido es la secuela de la conducta del hombre actual y de seguir así, en el ámbito mundial debemos irnos acostumbrando a ser frecuentes espectadores cuando no actores de acontecimientos de similar naturaleza a la Matanza de Virginia Tech.

Ojalá equivocarme en mi predicción. Que así sea.

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