La media naranja

La media naranja

Circula por Internet y vía fax una carta del doctor Antonio Thomén a su primo, el presidente Hipólito Mejía, que es una bomba. Aunque la intención es demostrar lo desastroso que podría resultar la repostulación del mandatario, la misil-misiva es un retrato de la preocupante situación de la República, que hay que conservar porque representa, también, un valioso documento para la historia. Escrita con patética irritación, la comunicación tiene como nota simpática el único logro que reconoce Thomén a la gestión de su obcecado pariente: “Debo convenir con que su estilo de vestir es positivo. Usted ha eliminado el obligado uso del saco y la corbata y ha impuesto la chacabana en el diario quehacer presidencial, algo muy lógico en un país tropical de eterno verano”.

Thomén recuerda a Mejía una carta que le escribió en el 2000 expresándole que “sería conveniente para todos los dominicanos que tuviese usted sumo cuidado al escoger a sus colaboradores, ya que desde entonces era notoria su propensión a exhibirse públicamente con personajes de dudosa o criminosa reputación. Lamentablemente, el tiempo me ha dado harto la razón: usted se ha rodeado de reconocidos truhanes, algunos de los cuales con evidentes connotaciones delictuosas, han sido enganchados al carruaje de la administración pública y varios de ellos han sido eliminados en ajustes de cuentas, o bien han sido acusados de graves delitos, por los cuales no han respondido ante los tribunales que son, penoso es decirlo, sepulcro de maldades”.

Le encara la entrega graciosa de los bienes públicos a intereses foráneos y en apretado resumen desglosa este rosario de perlas: “Se ha perdido nuestra precaria independencia. La Constitución de la República es violada cotidianamente. Se ha empeñado al país. Se han traicionado los principios nacionalistas del Fundador de la República. Se hace la guerra a una nación que no nos ha agredido. Se ha entronizado la impunidad de evidentes actos de cohecho, prevaricación y coima, antiguos y presentes. Se ha desfalcado el tesoro nacional. Continúan las ejecuciones sumarias bajo el pretexto de intercambio de disparos. Abundan las burlas y las sarcásticas agresiones verbales a la ciudadanía. Se ha incrementado innecesariamente el gasto público y la holgazanería de la super-abultada burocracia es plaga endémica. No se pagan las deudas internas del Estado. Merman nuestros ralos bosques ante la sierra de los madereros y el hacha de los carboneros. Se han paralizado las obras de infraestructura. El costo de los alimentos y otros bienes de primera necesidad (incluyendo medicamentos, combustibles y el servicio energético) han escalado a la estratosfera. Nuestra moneda, simbolizada por el peso duartiano, ahora vale un comino. Se fugan por cualquier vía los capitales, los talentos y los desempleados. Los pobres se convierten en miserables y la clase media se encuentra dando tumbos. Han ido a la quiebra infinidad de empresas. Campean los despidos y, como consecuencia, nos hemos convertido en un país de chiriperos forzosos. La producción para consumo interno y exportación se ha reducido al mínimo. La salud pública es un mito. La corrupción y la degradación son los mejores negocios. No exageramos si apreciamos que la República Dominicana se asemeja a un barco al garete y sin rumbo”.

Y concluye. “Ante un presente desgarrador, “al pueblo dominicano se le ha robado hasta la esperanza”. En pocas palabras, Ciudadano Presidente, hemos llegado a una situación caótica que un nuevo periodo dirigido por usted no podría remediar. Si Usted y los malandrines que lo acompañan imponen su reelección, las consecuencias serán aun más funestas, fatales”. Se despide Thomén con esta duda: “Sé que usted va a hacer caso omiso a la presente. No obstante, considero mi deber como dominicano sugerirle encarecidamente: ¡Haga un esfuerzo y tan siquiera piénselo!..”.

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