Como el nuevo jefe de la Policía Nacional, el mayor general Nelson Peguero Paredes, utilizó la mano dura como carta de presentación, ya los periódicos le están contando los delincuentes muertos en intercambios de disparos, que organizaciones defensoras de los derechos humanos prefieren llamar en sus informes ejecuciones extrajudiciales. En su primera semana en el cargo, según esos reportes periodísticos, cinco “presuntos delincuentes” (las comillas no son mías) cayeron abatidos en enfrentamientos con patrullas policiales, en hechos que se produjeron, en su mayoría, en el Gran Santo Domingo. Nada mal para una primera semana (casi un muerto diario), sobre todo si consideramos que Peguero Paredes “no le ha cogido el piso” a la institución, ni tampoco el equipo que lo acompañará. Por supuesto, puede usted estar seguro de que a pesar de esos cinco muertos la delincuencia seguirá tan campante haciendo de las suyas sin importar la hora del día o de la noche, tal y como nos lo ha enseñado la experiencia y saben de sobra esta y las anteriores jefaturas policiales, pues estamos aplicando el remedio equivocado. Este es el momento, mis queridos lectores, en el que a ustedes les toca preguntarse porqué entonces se insiste en una medicina que de antemano se sabe que no alivia ni cura, como si la vida del paciente no tuviera ninguna importancia. Pero esa pregunta solo pueden responderla los políticos que nos han gobernado desde el fin de la dictadura para acá, que han apostado a una policía represiva, incompetente, corrupta y mal pagada, en lugar de promover políticas públicas que reduzcan las inequidades que han convertido a la sociedad dominicana –no me cansaré de repetirlo– en una fábrica de delincuentes en plena producción las 24 horas del día.