Tenía que morir para demostrar que estaba enfermo. Cada mes le exigían un certificado médico para autorizar el pago de un mísero salario, porque no le creían. No tuvo reposo para morir. Él sentía que en la Dirección de Recursos Humanos aceleraban su funeral, en vez de ayudarle a vivir. Tenía que estar mes tras mes repitiendo el tortuoso ritual de buscar un certificado médico para intercambiarlo por un chequecito miserable, que no le daba para comprarse la receta, cubrir el costo del transporte, (yendo de aquí para allá y de allá para acá), y hasta pagar diferencia en las consultas. Por lo general no le quedaba nada para la comida, y por eso la hermana le decía siempre que pasara por allá a comer. Pero él solía negarse. Prefería pasar hambre antes que dar pena. Porque era un hombre con un alto sentido de la dignidad humana. Creía en el trabajo. Odiaba las excusas de los demás para no cumplir con las tareas asignadas. Era recto y estricto en la vida laboral. José Arturo Andújar encarnaba la honestidad, la eficiencia, la humildad, el buen amigo, buen compañero, colaborador, leal y dispuesto siempre a trabajar.

No le gustaba, ni creía en eso de registro electrónico de asistencia (ponchar), porque eso le impedía iniciar sus labores a las 7:00 A.M. y seguir más allá de las 4:00 P.M. llevando y buscando envíos y mensajería del Plan Quisqueya Verde o la Dirección de Reforestación.

Responsable con todo y con todos. Por todos querido. Los médicos diagnosticaron su imposibilidad para seguir laborando, pero en Recursos Humanos no lo creyeron, ni aceptaban la realidad. Tenía que morir para demostrar que estaba enfermo.

Ahora sí le creen. Ahora dan por un hecho que estaba enfermo, porque hace poco yo fui a verlo en el ataúd expuesto en la funeraria de los pobres y entonces le dije a alguien de Recursos Humanos: “usted ve que era cierto, que Andújar estaba enfermo”.

Supongo que el procedimiento burocrático vigente aún requerirá el acta de defunción para confirmar que el pobre Andújar estaba enfermo.