La mejoría económica: ¿espejismo?

La mejoría económica: ¿espejismo?

Aunque la metodología del Banco Mundial lo expresa con claridad, no se ha hecho una lectura correcta del terrible efecto en los sectores marginados que pone de manifiesto el informe del MEPD: 70% cuando se combinan pobres y vulnerables. Es decir, los ciudadanos con ingresos desde $4,111 a $10,278 no exhiben la suerte del 29% que alcanzó la condición de clase media.

Técnicamente, un vulnerable es el típico sobreviviente deseoso de nunca descender hacia la pobreza. Por desgracia, casi siempre es su destino. Chiriperos, empleados de colmados, vendedores de frituras, tarjetas telefónicas y echadores de día cabalgan en los últimos años en los informes económicos que demuestran una generación de empleos cada año de alrededor de 84,000 espacios laborales esencialmente informales. Y esas estadísticas podrían demostrar muchas cosas, menos que mejoramos en el orden económico debido a la baja calidad del empleo y un salario insuficiente.

El país tiene una cantera singular de gente que, sus limitadas destrezas educativas, lo envía directamente hacia un mercado laboral de ingresos bajos, donde sólo el sector de zonas francas aumentó en un 15% a sus trabajadores que hasta la mejoría salarial recibían sueldos básicos que no llegaban a 8,000 pesos mensuales. Con la gravedad de que la relación salario-poder adquisitivo se mantiene en el mismo nivel del año 1991. Así no mejoramos.

Insistir en que estamos mejor, demuestra dos elementos que pervierten el debate sensato de las ideas: desconectar las cifras de la realidad social y hacer un uso electoral de la situación económica. Reconozco que el reloj político genera pasiones donde los sectores de menor ingresos no terminan ni de entender la lógica del crecimiento, y menos, sienten que la mejoría llega a sus hogares.

Los indicios de avance económico que asignan un ritmo diferente desde el 2005 posee una carga de efectos múltiples debido a que en el diseño de las políticas sociales existe una doble intención de acompañar las recetas con captación del favor electoral de los beneficiarios de los programas. A tales efectos, sus receptores tienen en las tarjetas de solidaridad o el bono gas el espejismo que amortigua sus carencias diarias, pero nunca saltan hacia otros segmentos superiores. La frase guevarista tiene una enorme validez: se perpetúa la pobreza practicando la caridad.

Ese país desigual que impide que los de abajo mejoren, liquida a los vulnerables y asfixia a la clase media constituye el caldo de cultivo de reacciones desconectadas de fuerzas políticas. Inclusive, entre los tres segmentos, al que se le presume mayor nivel de ingreso, no es cierto que con un techo de 51,930 pesos mensuales cubre el espectro y hábitos de una familia sin calidad educativa, desprovista de servicios de salud y golpeada por los niveles de inseguridad en sus barrios.

Para mejor entender la ficción de qué bien estamos, debemos realizar una detallada lectura del presupuesto nacional. Aunque se reputa del instrumento esencial para medir hacia dónde la administración orienta sus políticas, en la actualidad, se evidencian los criterios que prevalecerán durante un año pre-electoral. Hay que tener conciencia que la preservación de la sostenibilidad fiscal pretende reducir el déficit a 2.3% del PIB y tendremos menos recursos destinados a los ayuntamientos, sector salud, UASD que combinados con una reducción del gasto público no auguran un auspicioso año, dejando pocos espacios a una verdadera mejoría del nivel de vida de los dominicanos. Y eso es dramático.

Más allá del debate económico y afán por convencernos de la mejoría de las finanzas públicas, la actual administración se comporta convencida de que tienen asegurado los resultados electorales. Y eso es peligroso, porque la lógica de las estadísticas seguirá pautando la conducta de un partido que, a fuerza de ficción, aspira a convencernos de un bienestar desconectado del día a día de nuestros ciudadanos.

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