La memoria

La memoria

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Gracias a Dios he tenido maestros extraordinarios, culpa mía es no haberlo imitado. Desde Mélida Fernández y su lógica, Raúl Peguero (el hermano Antonio), Manolín Javier García, quien nos leía cuentos enemigos de Trujillo en la década de 1940, doña Rosita Porrata, Julio Sergio Zorrilla Dalmasí, Roberto Arturo Duvergé Mejía, Pedro Afortunado Vargas Castro, Virgilio Peláez, Nidia Castellón Lembert, Ercira Feliz de Ramírez, Flor Mota de Mena, Marino Cuello, Ana Armida Ledesma de Vásquez, dejaron huellas importantes para el camino.

Arcadio Encarnación Palmer o Cáceres era un modelo de hombre elegante y bien vestido pese a su escaso tamaño y la dureza de su rostro que se dulcificaba con una sonrisa brillante, cariñosa, comprensiva. Fue uno de mis maestros inolvidables.

Profesor de Historia, era un líder importante en la escuela normal (ahora secundaria) Presidente Trujillo de Barahona.

Con sus gestos grandilocuentes y su voz engolada, enseñaba lo que no aparecía en el libro de texto pero era fruto de sus estudios. Aprendí más filosofía de la historia con Arcadio que en los libros a los que me ha llevado la curiosidad intelectual.

Su forma de impartir la cátedra de Historia la hizo comprensible, inteligible, digerible, interesante. Era un maestro de la mímica, dominaba el escenario con su voz, con sus gestos, con la profundidad de sus conocimientos, con la grandilocuencia con la que explicaba.

El profesor Pedro Vargas era un hombre del Renacimiento, conocedor de distintas disciplinas científicas, estudioso de la música clásica, fotógrafo, profundo conocedor de las ciencias exactas, que no sólo conocía los intríngulis de las matemáticas, de la física, de la geometría, de la trigonometría sino que convertía en simples los problemas más abstrusos y contribuía con su sapiencia a que viéramos como sencillo lo que requería del tamiz de un sabio como él para que fuera de fácil entendimientos.

Pedro Vargas llegaba al curso, se cercioraba de que conocíamos la clase del día; disponía, por ejemplo, que bajaran las niñas del mismo curso y ya juntos iniciaba un debate de piropos matemáticos o geométricos.

Vive, y espero que goce de buena salud, el compañero que le dijo a una enamorada, en medio de la junta de los cursos de hembras y varones:

“Nuestras vidas son, como dos líneas paralelas”. Ahí se trabó, se dio cuenta de lo que venía.

De necio, completé la frase: “…que nunca se juntarán”. Por supuesto, el compañero me quería matar, hubo que agarrarlo.

Eran maestros, eran señores que conocían las materias que impartían, habían estudiado, habían aprendido, antes de pararse ante un auditorio de estudiantes, sabían de lo que hablaban y lo sabían enseñar.

Leo en la prensa lo que todos conocemos: muchos de los “profesores” de hoy, incapaces de estudiar y aprender, para luego poder enseñar, son irrespetados por los alumnos, porque no son líderes, no logran concitar la admiración de quienes asisten a las escuelas.

El maestro, el profesor que se convierte en líder del curso, por la profundidad de sus conocimientos, por su conducta, por su forma respetuosa de tratar a los estudiantes y por la firmeza y propiedad con la que conduce las clases, triunfará, como Arcadio, Pedro Vargas, doña Ercira, Ana Armida y tantos buenos maestros a quienes debo, junto a mis padres, el amor a la Patria, la curiosidad intelectual, la búsqueda de la verdad y el deber de luchar por la libertad.

Esa es la escuela que queremos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas