La mentada sociedad civil

La mentada sociedad civil

R. A. FONT BERNARD
En el ejercicio de la Presidencia de la República, promediando los años cuarenta del pasado siglo, el doctor Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, emitió un decreto, declarando «colendo» una determinada fecha histórica de la época. Don Pipí, como se le llamaba familiarmente, fue un excelente escritor, calificado por su correcto dominio del idioma castellano. En consecuencia, conocía la virtualidad del adjetivo, aplicado a fecha de la conmemoración, objeto de su decreto. La exhumación de ese adjetivo para el habla dominicana de la época, constituyó una novedad, y durante mucho tiempo, los periodistas, lo repitieron hasta desgastarlo, en la aplicación de todas las fechas de guardar.

Conforme es históricamente conocido, hacia el año 1922, nuestro país está militarmente intervenido por la Infantería de Marina de los Estados Unidos de América, y el Presidente de la República Argentina, doctor Hipólito Irigoyen, ordenó que la fragata «9 de Julio», luego de llevar a México los restos mortales del poeta Amado Nervo, se acercase a la desembocadura del río Ozama, y le rindiese un homenaje a la bandera dominicana, con una salva de 21 cañonazos.

En reciprocidad a la solidaridad panamericana, protagonizada por la República Argentina, el poeta Fabio Fiallo escribió unos inspirados versos, cuya primera estrofa estaba dirigida a «los gloriosos argonautas del 9 de Julio». Fueron unos versos muy celebrados, dada la particularidad del tema que los inspiraba. Pero, como lo advirtió el profesor de Gramática, Patín Maceo, desde el punto de vista semántico, las intenciones del poeta quedaron malogradas, por que el vocablo «argonauta», identifica a un molusco, que habita en los mares tropicales. Y lo correcto hubiese sido, glorificar a los «nautas» del «9 de Julio».

Otro tanto sucede en los días que discurren, cuando los periodistas califican como «rubros», los productos agrícolas, en particular los víveres y los vegetales. Lo que supone un lamentable desconocimiento del idioma castellano, porque «rubro» es un adjetivo que describe el color encarnado. Por lo que el rubor, encarna las mejillas de las quinceañeras, cuando un viejo verde, la piropea salazmente.

Lo mismo ocurre con el sustantivo «emporio», cuando se intenta aludir a las empresas del Estado, ya que en su correcta aplicación, los emporios son «los lugares donde concurren para el comercio, gentes de diversas naciones».

En añadidura a lo anteriormente señalado, recordamos que al improvisar una charla, en una de nuestras universidades, nosotros nos tomamos la licencia de referirnos al «efecto Trujillo». O sea, una de las acepciones de la palabra «efecto», como «lo que deslumbra con su aspecto o presentación» Trujillo, como se sabe, fue un paradigma del «efectismo». Y su fachendosidad, le fue más efectiva que su sable. Pero ese «efecto», utilizado internacionadamente por nosotros, fue aplicado periodísticamente, por mucho tiempo, con una liberalidad no contemplada en el Diccionario de la Lengua Española.

Las anteriores disgreciones se formulan, a propósito del uso y del abuso, que actualmente se hace objeto, de la expresión «sociedad civil». ¿Qué se intenta distinguir con esa locución? Hasta donde se tiene por sabido, la sociedad, en términos políticos, es el conjunto de personas que constituyen el elemento estatal llamado «población». O sea, el conjunto de seres humanos que pueblan un espacio rural, una comarca, o un país, los cuales conviven bajo el imperio de unas leyes comunes. De no ser así, tendríamos que admitir la existencia de la sociedad, como un poliedro poblacional. ¿Hay por ventura una sociedad militar, o una sociedad política?

Hay desde luego, al margen de las definiciones, sociedades mercantiles, de socorro mutuo, deportivas, cooperativistas y etc. Y entre nosotros, hay una Sociedad Duartiana, una Sociedad Dominicana de Bibliófilos, e inclusive, subsiste la «sociedad de los bombos mutuos», a la que aludió humorísticamente, el polifacético periodista Bienvenido Gimbernard.

Históricamente, se recuerda la Sociedad Patriótica La Trinitaria, que fue la fuente germinal de nuestra nacionalidad. Y hubo, en la etapa de la historia negra de nuestro país, la llamada «sociedad 42» de los años 30 del pasado siglo.

A nosotros se nos ocurre, que hay una tendencia a confundir la identidad nacional, con la mentada «sociedad civil». Con la salvedad, de que aquella es la conciencia de que es un grupo humano, diferente a los demás que por su característica, se individualiza. Valga decir, la nacionalidad dominicana.

Si nos estamos despistados, éstas sociedades civiles que se nos aparecen diariamente en los medios de comunicación social, dando la cara con intencionalidades extrangerizantes, son fácilmente perceptibles. Su misión, apenas disimulada, tiene por objeto, un pase de esponja humedecida en vinagre, tendiente a desnacionalizarnos.

Quienes nacimos en la etapa fundamental de la «Era de Trujillo», sabemos que hasta entonces, -y como tal lo revela la prensa de aquella época-, en términos clasistas habían en el país, sociedades de primera, de segunda, y aún de tercera, que se diferenciaban inclusive, en los servicios religiosos para los difuntos.

Y estas «sociedades civiles» del presente, nos recuerdan, que pictóricamente, al diablo lo representan con pezuñas, cuernos, y una sonrisa maliciosamente equívoca.

Como antaño se popularizó el «colendo» prohijado por don Pipí Troncoso de la Concha, ogaño proliferan «sociedades civiles», integradas por ángeles y serafines, que «mean agua bendita», como lo solía decir el folklórico general Lilís.

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