La mentira como práctica aberrante y habitual en la política dominicana

La mentira como práctica aberrante y habitual en la política dominicana

En cualquier escenario o circunstancia e independientemente de sus repercusiones, la mentira entraña siempre un comportamiento vituperable como expresión o manifestación contraria a la verdad.

Además de su carácter intrínsecamente inadmisible desde una genuina postura de moralidad personal y pública, la mentira evidencia otra degradación adicional cuando se utiliza con el estudiado fin de servir o agradar a alguien, a fin de pagar favores o buscar beneficios ulteriores.

De ahí que constituya una grave falta de honestidad que conduce a complicidades, porque la mentira se emplea para defender o encubrir actos bochornosos que ameritan sanción y condena, además de ser usada arteramente en ocasiones como instrumento para distorsionar hechos y versiones, a fin de provocar daños a terceros.

La despreciable naturaleza de esta tendencia y sus nocivos efectos en nuestra sociedad es descrita por el periodista y escritor Miguel Guerrero en su más reciente producción literaria, titulada “La Herencia Trágica del Populismo”.

A pesar de los indiscutibles avances democráticos e institucionales logrados en el país en las últimas décadas, todavía no hemos podido instaurar un eficiente sistema de consecuencias que logre eliminar o cuando menos reducir la posibilidad de que se repitan conductas y acciones contrarias a la integridad, debido entre otras cosas a una inveterada inclinación a no refrendar con hechos lo que se sostiene o promete de palabra. Este fenómeno y los motivos por las cuales no ha podido hasta el presente ser combatido con la energía que amerita es descrito por Guerrero en su obra, al señalar que “la mentira es una práctica habitual entre los políticos dominicanos por una razón muy simple: nadie ha pagado jamás el precio de engañar al país”. En su libro, un verdadero ensayo con certeros juicios acerca de nuestra realidad social y política, Guerrero llega mucho más lejos al formular una perspectiva analítica en que no se reduce el efecto de la mentira al exclusivo accionar de los partidos y de sus dirigentes.

En ese sentido, hace ponderaciones que deben ser motivo de reflexión para padres de familia, profesores, estudiantes, empleados, trabajadores  y ciudadanos en general, al afirmar que los dominicanos hemos hecho de la mentira un instrumento de la vida diaria porque ya “no es un pecado, ni razón para avergonzarse. Se aprende en los hogares y en las escuelas. Los padres mienten para justificar la inasistencia de sus hijos en un día de clases. Mentimos para explicar la llegada tarde al trabajo”.

La mentira es también un perverso medio que fomenta el populismo, la demagogia y el clientelismo, porque como advierte el autor, en la actividad política “ha servido para preservar privilegios, liderazgos y programas económicos nefastos para la población, pero increíblemente beneficiosos para una clase arrimada al poder con la fuerza de un buen cemento”.

Si de verdad aspiramos como sociedad a un auténtico fortalecimiento de nuestras instituciones, la mentira tiene que ser combatida y desterrada para que la discusión libre y franca de las ideas y de los asuntos de relevancia, tanto públicos como privados, se realice sobre argumentos basados en una verdad diáfana y sustentable.  De esto dependerá en gran medida que podamos en un futuro cercano proclamar que avanzamos, con elementos reales y creíbles, hacia un avance institucional en el cual la mentira no tenga cabida.

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