El arte de la traducción de una lengua a otra, es una tarea ardua y fascinante, cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales. Sobre todo, si se trata de una producción literaria o histórica excepcional y que derive grandes ventajas intelectuales a quien la traduce.
Unos años ha, recibí un folleto de parte de Don Efraín Castillo, hombre de reconocido talento sobre la crítica de arte y con un bagaje de muy eruditos recursos lingüísticos-literarios.
Se trataba de un folleto de una sola página para introducir una exposición individual de nuestro internacionalmente reconocido pintor Ramón Oviedo. La temática de los cuadros a exhibir era nada más y nada menos que “La Ciguapa”, un galipote de nuestro rico folklore que representa una mujer de larga cabellera lacia abundante que cae cual chorrera casi alcanzando su rasgo físico más enigmático: la posición de sus pies dispuestos al revés.
Por tratarse de estos dos distinguidos personajes de nuestro mundo cultural, estilográfica en mano y con fruición cautelosa, huí de mí misma para intentar introducirme dentro del profundo pensamiento del Sr. Castillo. Su explícita descripción del arte abstracto de Oviedo me incitaba interrogantes sobre la génesis de los mitos legendarios en que se fundan tantas culturas, como también en los muchas temáticas anteriores del artista. Al finalizar dicha traducción, quedé sobrecogida por la misma sensación comprobada al término de mis trabajos anteriores. ¿Era yo quien había vertido sobre el papel unas estructuras del inglés ajenas al español? ¿Fui yo quien hubo de plasmar frases completas de dos idiomas tan distintos en su sintaxis? ¿Fui yo capaz de haber traducido un texto de forma y fondo intrincados, dada la desbordante erudición del autor: vocabulario inherente sólo a la crítica de arte especializada; en fin, fui yo capaz de interpretar las bien fundadas ideas de Efraín Castillo sobre la magna obra pictórica de Ramón Oviedo.
Semejante sensación metamórfica mental ha sido la misma en el ejercicio de todos mis otros cometidos de traducción. Al enfrentarme con la Nación Haitiana, escrita por Dantès Bellegarde, por encargo de mi gran amigo e insigne historiador dominicano Frank Moya Pons, quien a la sazón presidía la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, sabía que mi conocimiento sobre esos vecinos circunstanciales aumentaría grandemente. Los ingentes datos históricos y culturales expresados en francés por el reconocido escritor haitiano, también aumentaron mi interés por profundizar en la profusa cultura de los vecinos, tan disímil de la nuestra. Ahora me enfrentaba con otra lengua y otra personalidad.
Con la biografía del laureado pintor Fernando Peña Defilló, escrita por nuestra gran Jeannette Miller, que me regaló otra enriquecedora oportunidad, esta vez, de verter al inglés una gran fuente de inspiración sobre un artista que manejaba magistralmente todas las técnicas del arte pictórico. Otra fuente de enriquecimiento cultural para mi persona, que recibí con profundo deleite.
Hasta ahora, analizo el proceso mental del traductor en el desarrollo de su trabajo, atreviéndome a inferir que se trata éste de una metamorfosis del pensamiento del traductor para transformarse inconscientemente en el pensamiento del escritor, y así poder lograr el inimaginable resultado de lo que ahora considero un bellísimo milagro de la Creación.