La mexicanización del país

La mexicanización del país

México es un país exquisito, su tradición cultural, contribución social y económica constituye la materia prima de admiración y respeto. Desafortunadamente, el deterioro institucional y complicidad de sus élites gobernantes encontraron un amplísimo amparo en sectores hegemónicos que controlaron esa nación, y al administrarlo para sus beneficios, generaron desigualdad, desequilibrios y formularon una idea del Estado que desbordó todos los parámetros de la decencia.
Aunque no retrata la esencia del pueblo mexicano, las inconductas de exponentes de su clase partidaria sirven de referencia para explicar esa fatal combinación de narcotráfico, política y grupos financieros en capacidad de doblarle el pulso a los gobiernos. Cuando una bala liquidó la esperanza de ruptura con los clásicos dueños del PRI, toda la comunidad internacional entendió que “nadie estaba seguro”. Un acontecimiento desgarrador, pero señal de descontrol y mensaje de repliegue a cualquier intento de ordenar la casa.
El paralelismo no representa una exageración porque la realidad práctica es que, en el país, estamos siendo testigos de la instauración de todo un tinglado de comportamientos indecentes, estimulados por segmentos de la clase partidaria que su apego a lo público es el resultado de una dislocada interpretación del ejercicio del poder y sed de acumulación. Subyace como argumento lógico la idea de que ir a la función gubernamental es una gran oportunidad, y de paso, los recursos del activismo político deben ser acumulados por vía de un concierto de negocios “raros” en capacidad de beneficiar al ministro, director y su grupo.
Cada vez que un acontecimiento de corrupción llega a los medios de comunicación, el factor vinculante consiste en combinar el escándalo y la sangre a redes de acumulación que se “indignan” frente a cualquier intento de desnudar las acciones dolosas. Cuando el suicidio en la OISOE, los dos muertos por la venta de terrenos en el CEA y la tragedia del asesinato de Yuniol Ramírez se analizan con rigurosidad, es dramático encontrar informaciones y verdades “desconocidas” por gran parte de la ciudadanía que no llega a entender tantas asquerosidades en el sector público. Y lo único que explica las inmensas y nuevas fortunas es el tinglado orquestado en los últimos años desde el poder que sienten demasiado temor ante la eventualidad de un desplazamiento del control del aparato gubernamental. Por eso, el afán de perpetuarse.
Tantos años en el gobierno crearon una “clase” de nuevos beneficiarios de la relación con el Estado que, en el marco de las licitaciones, validaron sus ventajas y desarrollaron capitales construyendo, supliendo y/o amparándose en una relación con el PLD que instauró riquezas bien líquidas en capacidad de financiar políticamente a la organización. Por eso, ya no necesitan a las oligarquías clásicas que reaccionan en silencio, pero con ira, por los niveles de acumulación de gente desconectadas del esfuerzo productivo en el ámbito de lo privado.

Ahora que los escondrijos y desmanes hacen de la OMSA pieza de escarnio, resulta inteligente repensar la práctica política y social en el país. Básicamente, porque nuestra clase dirigente no puede seguir esperando que un vengador social, amparado en los niveles de podredumbre, produzca tanto entusiasmo y seducción que al final de la jornada lo asuman como el nuevo mesías.
Nos mexicanizamos, en el peor sentido.

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