La migración campesina: causas y consecuencias

La migración campesina: causas y consecuencias

Por años hemos escuchado hablar de migración campesina hacia las ciudades, principalmente aquellas que ofrecen oportunidades de trabajo, como polos turísticos y zonas francas. En algunos casos acusan dichos éxodos como culpables de los cordones de miseria, cargándole los males que por centurias tienen las ciudades, con ellos y sin ellos.
Quienes viven más cómodos advierten a los cuatro vientos que el campo se queda vacío y se preguntan quiénes van a seguir cultivando la tierra. Muestran una preocupación sacerdotal por ese fenómeno, sin advertir las causas que motivan estas peregrinaciones.
Todas las emigraciones, tanto dentro como fuera del país, buscan mejores condiciones de vida que no la pueden obtener en su lugar de origen ya que todo el mundo tiene derecho a vivir mejor y no vivir peor para beneficiar a otros.
Los que emigran del campo lo hacen porque sus condiciones de vida no son las mejores y sus sueños y aspiraciones son irrealizables. Muchas veces, estas personas se motivan a salir por las limitaciones que ven en sus propios padres, que por años viven condenados al estancamiento económico ya que su pequeño conuco solo le alcanza para subsistir y que es visto como sinónimo de atraso. Los rubros que cosechan al momento de su venta implican pérdidas, pues los precios de mercado están deprimidos. Además, les trae inseguridad alimentaria en tiempo de sus cosechas.
La vida en el campo no es sensacional ni agradable ni estruendosa ni placentera. No posee las cualidades para llamar la atención y la preocupación igualitaria de ser tomados en cuenta.
Antes, la primera oferta a un joven rural era engancharse a un cuerpo del orden, irse a los países y en el mejor de los casos irse al seminario. Por eso un elevado porcentaje de guardias, policías, monjas y sacerdotes son del campo, y gracias a esas oportunidades han podido superarse llegando en muchos casos a ser excelentes profesionales.
Aunque las condiciones de las zonas rurales han mejorado en el aspecto educación, salud y transporte aún falta mucho para poder convencer a los campesinos de que permanezcan en el campo. Solo los más viejos están obligados a permanecer como presos de confianza obligados a vivir en su fortaleza sin paredes.
Lo primero que nos decían nuestros padres era prepárate y “estudia para que no seas como nosotros que hemos echado nuestra vida trabajando y tenemos solo deudas y cansancio”. Era como un mandato o una sentencia.
Muchos jóvenes quisieran quedarse y hacer su propio negocio, pero no tienen alternativas para ello, pues no son sujetos de créditos por la banca y en ocasiones son obreros de sus padres ya que estos siempre los ven como hijos, sentenciados a la obediencia pura y simple.
En el campo, aun con sus defectos y virtudes, está lo más sano de la sociedad, menos corrupción, menos vicios menos drogas y aún persisten más valores y principios que en otros estamentos de la población. Se hace urgente entender las dinámicas y valoraciones de estas zonas, pues lo que permitirá diseñar proyectos para que en el campo se estimule la permanencia de los que menos quedan y que su entorno económico despierte el interés de permanecer en el mismo y así pagar el atraso, el olvido y redimir lo que por muchos años le hemos negado.
En la actualidad se han hecho esfuerzos, sobre todo desde el Ministerio de Agricultura para subsanar esta realidad. Si bien es justo reconocer el respiro y dejo de esperanza de las visitas sorpresa, pero hacen faltas nuevas políticas nacionales de desarrollo rural, que impacten en las amas de casa y la juventud.
Mientras sigamos teorizando que el campo se está quedando vacío y nos busquemos alternativas de solución, estaremos arando con bueyes y tirando la semilla en el surco abierto esperando la lluvia que nunca llega.

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