La misa del pití-salé

La misa del pití-salé

BEATO LEO
Cuando el haitiano agarró el arenque por las agallas y se lo metió en el bolsillo izquierdo, nunca pensó que le iba a costar la vida. Paul Benuá, conocido por todo el mundo como el Mesié del Pequeño Haití en Miami, llevaba cuatro años vegetando entre la 78 avenida y la Biscayne Boulevard.

Compartía su covacha con un paisán de Cabo Haitién que se había convertido en carismático del sustazo que pasó cuando tres desconocidos con caras de maleantes uniformados en busca de indocumentados irrumpieron en el templo donde él se había refugiado. Se escondió detrás del altar y se puso a invocar aleluyas, como si se tratara del juicio final.

“Rejuà toujur tu-vagail; jur-là Segnér fe” (¡Regocijaos todos siempre!…éste es el día que hizo el Señor) vociferaba el carismático desaforado mientras los sabuesos lo olfateaban como una jauría de pastores alemanes a un conejo realengo en medio de la sabana. Esa letanía lo salvó o por lo menos eso creyó él, pues cuando los mastodontes salieron del santuario sólo atinó a decir “Mersí bon Dié, mersí” como si el mundo ya se hubiera acabado.

El caso fue que el Mesié empeñó su alma al super-mercado más cercano donde lo explotaban de sol a sol como si estuviera en una de las minas de Sud-Africa. Su paisán de Cabo Haitiano, que había vivido su primer exilio en un batey entre Barahona y Pedernales en Dominicana, vivía rogándole que leyera la Biblia.

– ¿Oú pití-salé? (¿dónde está el arenque?), le espetaba el carismático con la Biblia en la mano tan pronto Mesié retornaba del trabajo. “Mwé prí ou travai” (yo rezo y tu trabajas) añadía el paisán dando los hipíos inconfundibles de dos días sin haber probado bocado. Entonces ambos se enfrascaban como dos monjes dementes en la ceremonia del pití-salé. Lo colgaban del cielo raso como si estuviera crucificado entre el cielo y la tierra y a través de un hilo lo hacían descender sobre un caldero con agua hirviente como la del infierno. “Pití regard loshó; loshó regard ploble pití” (Pití mira al agua caliente; agua caliente mira al pobre pití) evocaban los dos convertidos en diácono y subdiácono con el demonio de la injusticia humana como celebrante. De ese caldo se mantenían por varios días como hacían sus parientes en el Batey Barahona, donde el pití podía durar hasta tres días colgando de la cruz dependiendo del hambre. Lo hierven unos segundos y lo vuelven a subir a la cruz desde donde sigue colgado, anunciando la resurrección de los muertos. Todo depende de la fe de los hambrientos que lo usan como un suero mágico.

– Catch that thief! (¡Atrapen a ese ladrón!)- tronó la voz de la cajera cubana, un Viernes Santo a la hora de las Siete Palabras cuando la alarma se disparó.

– Lo teníamos fichado…¡llamen a la policía!- ordenó el gerente al ver que Mesié renqueaba y se agarraba la ingle como si se les fueran a salir las tripas.

– ¡Ladronazo!- vociferó la cajera que había llegado en balsa.

Lo lanzaron al suelo convirtiéndolo en un andullo y cuando llegó la patrulla ya le tenían las manos atadas a la espalda.

– ¡Es un ilegal! ¡Llamen a la Migra! Esa palabra, Migra, fue una detonación que hizo explosión en el cerebro de Mesié como las torres gemelas de Nueva York.

Dio un resoplido de leopardo y con una fuerza descomunal se deshizo en un dos por tres del gerente y de los dos policías saltando al otro lado de la avenida como un petardo la víspera de la Navidad. El catapún fue descomunal, pues en ese mismo instante cruzaba a toda velocidad la cárcel rodante de la Migra que acudía al llamado (un van blanco) que hizo impacto con lo que había sido hasta ese momento la morada carnal de Mesié. Lo catapultó al otro lado de la avenida convirtiéndolo en un pedazo de celofán a la entrada del Paraíso. De un bombazo, como si hubiera estado en Irak.

-¿Y qué es lo que tiene en la mano derecha este indocumentado?…¿una 45 automática?

– Be careful! (mucho cuidado!)- ordenó el sargento- estos haitianos son muy peligrosos..

– Entonces…si no es una 45 automática…¿qué diablos es lo que tiene en la mano?

– Un pití-salé dominikén. (un arenque dominicano) pa que le dé suerte. Si no fuera por eso ya se hubiera muerto del hambre.

-Deo gratias- exclamó el gerente como si estuviera en la iglesia. La misa ha terminado.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas