Zona Areíto. La Misión Secreta de Gabriel García Márquez

Zona Areíto. La Misión Secreta de Gabriel García Márquez

Fue 24 horas más tarde cuando entendí el extraño mensaje que recibí el 30 de junio de 1979: “Tenemos prohibido recibir llamadas telefónicas desde La Habana y las que puedan provenir de Gabriel García Márquez. Solo me atreví a dar tu nombre y teléfono, te ruego manejar ese problema”. El propietario del mandado había salido ya para Jarabacoa.

El breve mensaje no explicaba el problema, pero deduje, por la nación y el personaje que envolvía, que la prohibición se originaba en el profesor Juan Bosch y estaba relacionaba, por la fecha, con los eventos nacionales organizados en ocasión del 70 aniversario del nacimiento del presidente del PLD.

Media hora más tarde estaba envuelta, alejada ya del PLD, en una situación muy especial que nos convirtió en anfitriona del escritor y testigo excepcional del mensaje que Fidel Castro, a través de García Márquez y el presidente Antonio Guzmán Fernández, haría llegar al presidente norteamericano Jimmy Carter.

Sonó el teléfono, se verificó mi nombre mientras identificaban la llamada desde La Habana. De inmediato explicaron que había sido imposible comunicarse con el profesor Bosch, con su casa, oficina o compañeros del partido para informarles que García Márquez había salido para la República Dominicana y que era importante regularizar ese vuelo antes de su aterrizaje y de sobrevolar nuestro territorio. ¿Qué podría hacer yo? El tema era inusual para nosotros, pero sí el conocimiento de los estertores de la “guerra fría”.

Pedí tiempo para conocer la tramitación y ver en qué podríamos ayudar.

El coronel Miguel Gabirondo estaba dirigiendo algo cercano a la autoridad aérea. Le llamé. Entonces supe que era necesario conocer el plan de vuelo, la identificación del aeroplano, el número y los pasaportes de los viajeros y algún certificado especial del piloto. Di las gracias y pensé que esta documentación viajaba en el avión panameño que el general Omar Torrijos había facilitado a Gabriel García Márquez.

La otra llamada llegaba de inmediato. Todo cuanto informé era desconocido por los amigos cubanos. Ni pasaportes, ni plan de vuelo, ni identificación del avión, etc., etc., García Márquez viajaba sin permisos pudiendo causar un desencuentro entre su deseo de acompañar a su maestro, de cumplir la misión secreta para con Fidel Castro, haciendo conflictivo un evento dedicado a festejar a Juan Bosch, con un vuelo salido desde La Habana, de matrícula panameña y en el día que los dominicanos dedicamos a los maestros. Entonces llamé por teléfono a don Héctor Incháustegui Cabral y le expliqué todo lo que estaba viviendo desde las primeras horas de la mañana y nos pusimos de acuerdo para visitar a don Antonio Guzmán en la Casa Presidencial. La reacción de don Antonio fue la de elaborar los permisos, aunque desde la cancillería alguien le recordó que no teníamos relaciones diplomáticas con Cuba y podría ser mal interpretado por los Estados Unidos. Don Héctor y nosotros argumentamos más allá de esos criterios y fortalecimos la decisión del Presidente. El permiso era macondiano, general, sin los detalles precisos, pero funcionó.

La otra complicación o un honor inesperado: La Habana no había conectado, así de fuerte era la disciplina, a nadie que fuera a recibir al genial colombiano y entonces me pidieron que lo hiciera yo. Fue entonces cuando le solicité a Arlette Fernández que como en otros episodios de nuestras vidas cumpliéramos juntas esta misión.

Llegó el avión al aeropuerto, preguntó por Milagros, ojos verdes y pelo gris, y casi sin mediar palabras me explicó que debía comunicar al presidente Guzmán un mensaje del comandante Fidel Castro, decía que al equipo cubano de avanzada, que llegó junto al poeta Nicolás Guillén, le había sido imposible realizar el contacto y él tenía que hacerlo sin lesionar a su maestro Juan Bosch y que solo se debía conocer, como justificación de su viaje, el homenaje al profesor. Nos preguntó cómo podría vencer las dificultades y ver al Presidente. Llamé por teléfono, avisé a don Antonio que salíamos del aeropuerto para visitarle; el poco tráfico facilitó el “buenos días, señor Presidente” de Gabriel García Márquez.

En el camino me repitió tres veces el mensaje de Fidel Castro a don Antonio Guzmán. Como conocía el nivel de “Estado” de esa entrevista, pasadas las presentaciones y saludos, pedí excusas para retirarme. Fue entonces que el Jefe de Estado me pidió que me quedara y entonces volví a escuchar el mensaje que, por repetido, conocía:

“Don Antonio, Fidel Castro le solicita que usted trasmita al presidente Jimmy Carter su compromiso de no intervenir en los conflictos de El Salvador si los Estados Unidos facilitan el término de la guerra de Nicaragua, usted puede darle al presidente Carter el compromiso formal de Fidel Castro”.

Recuerdo la llegada de doña Renee al salón, la firma de un autógrafo, el paseo para ver el patio, la despedida fraternal y el comentario de García Márquez “usted tiene sabiduría de pueblo”, y la voz de Antonio Guzmán decir “vaya tranquilo” y dirigiéndose al recepcionista escuchamos: “llamen al embajador Yost”.

Pasamos al Hotel Nicolás de Ovando donde se hospedaría. Le abordó la avanzada cubana para explicarle lo imposible que resultó lograr la entrevista con el presidente Guzmán. García Márquez pronunció un calificativo caribeño y dijo “de allá vengo yo”.

Entonces se iniciaba la parte más afectiva de su viaje: el encuentro con Juan Bosch.

Arlette Fernández y yo emprendimos junto a García Márquez el viaje hacia Jarabacoa. Esa noche estaba organizada una cena en la casa de Virgilio Díaz Gullón y Aida Bonnelly. Llegamos cuando todos los invitados estaban en el hotel del pueblo; recuerdo la terraza en la que estaban desparramados los amigos intelectuales de Juan Bosch llegados para celebrar sus 70 años. En el camino, a García Márquez le preocupaba la reacción de Bosch por su tardanza. Mientras conversaba con Arlette sobre Rafael Fernández Domínguez y la Guerra de Abril y volvía a referirse a su encuentro con su maestro. Le dijimos que cuando don Juan escuchara de sus labios “maestro ya llegué, estoy aquí” abriría sus brazos y le diría “bienvenido Gabo” y el horario de llegada no tendría importancia.

Gabriel García Márquez salió de Santo Domingo a festejar la victoria sandinista. Nunca supe si tuvo importancia su misión ante don Antonio Guzmán, creo que la victoria ya estaba decidida.

Pero Arlette y yo tuvimos el honor de conocerle y apreciar cómo cuidaba sus compromisos políticos y la reverencia por aquel amigo al que llamó maestro.

24 horas después conocimos las nobles razones del mandado, la justificación de mi presencia y la importancia del silencio.

 

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