La modernidad como problema

La modernidad como problema

POR LUIS O. BREA FRANCO
El libro “La modernidad como problema”, que acabo de entregar a los lectores cuenta de 83 ensayos. El conjunto fue pensado como una totalidad al intentar releer y meditar, con visión crítica y problemática, los hitos de la modernidad.

Este hilo conductor otorga al libro unidad orgánica a pesar de tratar el tema con libertad, apertura y sin seguir un lineamiento sistemático. Con estos escritos intentaba determinar cuáles habían sido las notas característica del siglo XIX europeo occidental, en un momento en que Europa representaba, en su conjunto, la potencia que dominaba el Planeta.

Cuando comencé a escribir los ensayos decidí explorar algunas ideas fundamentales que tuvieron origen y desarrollo en el siglo XIX europeo y que para nosotros constituyen el bagaje intelectual que sin criticidad alguna, inmediata y  asumimos como nociones y verdades evidentes, que representan la base conceptual con que elaboramos nuestra interpretación del mundo y la visión que tenemos de nosotros yde la historia. 

En el mundo inmediato en que nos movemos, empujados por las múltiples urgencias que nos impone el dinámico modo de vida moderno, olvidamos con facilidad que todo cuanto encontramos es creación humana, es fruto de una interpretación histórica: todo concepto, toda interpretación o teoría del cosmos ha sido construida en un determinado momento histórico, para solucionar necesidades que aparecían como tales en una época específica, que ha correspondido ante tales incitaciones con la creación de discursos, símbolos, modas, esquemas de comportamientos, métodos, instrumentos y puntos de vistas. Esto es, ha construido cultura, sistemas de significados, constelaciones semióticas, con el fin de suplir y afrontar, de sistematizar y superar las carencias, el vacío, que le imponían los retos que buscaba superar.

Entre las ideas y perspectivas fundamentales que hemos heredado de los siglos XIX y XX, pero que, inconscientemente, muchos de nosotros hemos llegado a considerar como creaciones eternas, están la exaltación de la idea de progreso, la afirmación de la validez única del conocimiento científico, la secularización de la vida, la devaluación de la dimensión religiosa y mitológica de la existencia, el despliegue de la técnica moderna como paradigma del desarrollo humano, la idea de que sólo tiene valor lo que es útil y sirve para algo y el venir a menos de la dimensión estética y de la visión humanista.

El siglo XIX fue un siglo revolucionario. En efecto, en ese momento se produjo el florecimiento del capitalismo mediante la revolución industrial. Surgen nuevas técnicas y nuevas fuentes de energía que transforman los ritmos y las modalidades de la producción y las ciudades se transforman al cambiar el paisaje humano, lo que condiciona la formación de las nuevas mentalidades.

Surge el proletariado, que comienza a adquirir consciencia de su poderío como fuerza social y reclama su derecho a los beneficios que ayudaba a obtener. Estas reivindicaciones crean un clima de volátil subversión del orden establecido por la burguesía. 

Fue, además, en ese tiempo en que se consolida la opinión pública, que exige información y participación en todos los asuntos sociales y nace la prensa periódica gracias al cambio de velocidad en la transmisión de la información, que se logra con la navegación de vapor, la extensión de las redes ferroviarias e inventos como el telégrafo y la rotativa, que facilitan y abaratan las publicaciones impresas.

Europa, a través del desarrollo político alcanzado después de la Revolución francesa y de la gran transformación industrial que aporta el capitalismo, sostiene que el ser humano está capacitado y tiene derecho a transformar las estructuras políticas, sociales, religiosas y éticas establecidas por la tradición.

Fue el tiempo, además, donde se registra una disminución de la influencia fáctica del cristianismo sobre las grandes masas proletarias, que habían sido erradicadas violentamente de su ámbito natural campesino, y vienen trasplantadas sin transición alguna en inhóspitas ciudades y es, igualmente, la época en que se aplacan los temores de que pueda acontecer históricamente un juicio final de orden divino.

Esta rica constelación de situaciones históricas únicas y la aparición de importantes pensadores  me atraía poderosamente para que les dedicase tiempo e intensidad en mis preocupaciones intelectuales. Así, desde el mes de julio de 2004 me concentré en la realización de una exploración libre, abierta, en tan abundante e interesante material.  

El libro configura como un planteamiento crítico de algunas ideas directivas de la modernidad. Confieso que no acabo de convencerme de la idea de un progreso social. Creo que esto se sustenta en una ilusión, en una fe, que construimos desde la constatación de que el proceso de modernización tecnológica se proyecta en un despliegue vertiginoso de perfeccionamiento constante de técnicas, procedimientos, maquinarias y sistemas. 

El progreso tecnológico no garantiza ni el progreso moral, ni el social, ni un final feliz para la historia, y la pereza de pensamiento sitúa a la poderosa cultura moderna ante la posibilidad de sucumbir si continuamos sumergidos en lo confuso e irrelevante.

Además, es signo característico de la modernidad avanzada el desequilibrio. En todas las naciones, en unas más que en otras, crece la miseria, mientras que entre las élites dirigentes la riqueza crece, se concentra en pocas manos..

En la actualidad nadie nos puede garantizar que el futuro de la humanidad será un destino feliz.  La violencia extremista domina el Planeta; para unos es el terrorismo; para otros, la explotación, la ignorancia, el desamparo, la ausencia de justicia. Vivimos  un clima de saña y violencia inaudita. 

Sin embargo, pienso, que no todo está perdido. Creo que tendríamos que comenzar por tomar consciencia de la necesidad de superar la estrechez de la visión tecnológica del mundo que pretende dominar y manipular el ser, transforma la existencia en algo abstracto, en pura funcionalidad, renuncia a saber de sí y empobrece el acontecer postulándose como la única, correcta y segura realidad.

Tendríamos, además, que recobrar el sentido de la situación: levantar los ojos y la atención de tantas microtareas y microasuntos que nos abruman, que no nos dejan ver, ni sentir que la plenitud de ser va más allá del mero elaborar utensilios y atender a los problemas que se originan en el sistema donde estamos enredados. Tendríamos que proponernos actuar desde la comprensión de que para nosotros lo fundamental es “ser”, habitar en la tierra.

En ese contexto es que se sitúa el libro: “La modernidad como problema”. Constituye una invitación a repensar lo andado y a reintepretar lo que vivimos, a fin de que podamos abrirnos paso a otras posibilidades de ser seres humanos comprometidos con una existencia plena de sentido.

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