La parte fundamental sobre la cual debe levantarse el edificio de la política debe ser el espacio que regula los actos humanos. Es decir, la ética y moral. Por eso, y según el orden esencial de las cosas, lo político debe estar siempre subordinado a la moral, pero no de una subordinación parcial o de etiqueta, sino completa e incluso infinita.
La ciencia moral o práctica ha sido definida por algunos como la ciencia de los actos humanos o ciencia de la libertad. Queriendo significar que, a fin de cuentas, se refiere a la dirección o regulación de los actos humanos. Pero eso no significa en modo alguno que pueda reducirse a un código de prescripciones y de prohibiciones, o que el carácter normativo deba aparecer explícitamente en todas sus partes.
La libertad no debe ser considerada como un mundo separado de la naturaleza, sino, por el contrario, como arraigada a ella. Además, y por la misma razón, los grados o instancias de la ciencia moral o el carácter normativo de ésta, requieren una base de información experimental lo más amplia posible. En tal virtud no tiene sentido sostener que el objeto de la política es única y exclusivamente la lucha por el poder. Si así fuera, la política estaría reducida al bien privado de una minoría.
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No se puede negar que el ejercicio del poder tenga importancia, puesto que la justicia reclama la fuerza para ser eficaz o que el poder sea un medio esencial de la política. Pero no es un axioma universal o inviolable, ni un principio fundamental evidente, que los medios deben estar por encima del fin, puesto que son los caminos hacia el fin y en cierta manera el propio fin en desarrollo.
Leonte Brea podría recordarme que Maquiavelo habló de: “vicio y mal”. O que “La estupidez no es nunca moral, sino que es un vicio. Una cierta dosis de artificio si está encaminada a mantener a raya las personas mal intencionadas, no debe ser considerada como una astucia de zorro, sino como un arma legítima de la inteligencia”.
Hace tiempo leí que: “A veces puede no ser más que el comportamiento moral auténtico de un hombre justo comprometido en las complejidades de la vida humana y de la moral verdadera. Así, la misma justicia puede reclamar una energía implacable que no es ni venganza ni crueldad, contra enemigos astutos y malos. O bien incluso la tolerancia de algún mal existente, si ésta no se acompaña ni de complacencia ni de cooperación, puede ser necesaria para evitar un mal mayor o para debilitar o reducir progresivamente este mismo mal. Tampoco el disimulo es siempre mala fe o duplicidad. No sería moral, sino insensato abrir el corazón y los pensamientos íntimos a cualquier individuo obtuso o malhechor”
La política, además de moral y ética, es arte y técnica. Un oficio que se puede aprender. Por medio de la educación política se fortalecen los pilares que soportan la democracia. En virtud de lo cual la formación política, lamentablemente abandonada por los partidos, debe ser restaurada para mayor fortalecimiento de la institucionalidad.