La muerte da alas al Duarte inmortal

<STRONG>La muerte da alas al Duarte inmortal</STRONG>

Las coincidencias eran para Juan Pablo Duarte señales de la Providencia, expresiones de una realidad subyacente de la que todo emerge y a la que todo vuelve.                                                                    

En su propia vida vio una sincronía de fechas y eventos que lo intrigaban y a los que buscaba explicación. En la madeja de retruécanos, julio aparece como el mes de los grandes acontecimientos en la historia de Duarte.

Y como si su destino hubiera estado previsto, fue también el mes de su partida.

La fecha de su muerte, 15 de julio de 1876, se añadió al rosario de coincidencias. Para coronarlas, fue sepultado el 16, cuando se cumplían 38 años de haber fundado La Trinitaria.

“Todo es Providencia”, escribió a Félix María Del Monte en 1865, refiriéndose a sucesos de fechas concurrentes.

Un 16 de julio fundó La Trinitaria, el 12 de julio de 1843 entró el ejército de Riviére Hérard a Santo Domingo, iniciando la persecución que lo forzó al exilio. Al siguiente 12 de julio penetró Santana –“Satanan”, como él lo llamó-, se apoderó del poder, y lo desterró.

En su carta a Del Monte, Duarte no mencionó que en julio de 1844 fue proclamado Presidente por los pueblos del Cibao, ni que en julio de 1864, veinte años después, iniciaba su etapa de Embajador Plenipotenciario del Gobierno en armas de la Restauración.

El 15 de julio del año siguiente salieron las tropas españolas del territorio dominicano.

Fue también en julio, de 1829, cuando llegó a Estados Unidos,  primer destino del viaje que transformó su vida de adolescente.

Otras sincronías. En su mundo de dualismos, marzo fue otro mes de acontecimientos significativos en los que percibía las fuerzas del bien y del mal:

“Un 19 de marzo triunfó la cruz y los iscariotes -malos dominicanos- proclamaron triunfador a Santana. … el 19 de marzo siguiente ‘Satanás’ y los iscariotes desterraron de su suelo natal a una familia honrada y virtuosa”.

Los Duarte Díez llegaron al lugar de su destierro un 25 de marzo, y el 25 de marzo de 1864 el patricio desembarcó en Monte Cristi, “sin odio y sin venganza en su corazón”.

En su relación de fechas, Duarte no incluyó que en marzo de 1844  regresó de su primer exilio.

Para los cabalistas, otro dato curioso: El patricio nació nueve años antes de la ocupación haitiana (1813-1822). Fundó La Trinitaria nueve años después de emprender su travesía de adolescente a Europa (1829-1838), un viaje que hizo inevitable el cambio que en 1829 parecía imposible. 

Duarte se habría sentido cómodo con las corrientes actuales que interpretan las coincidencias como “diosidencias”, coreografiadas por una inteligencia divina.

Hubiera estado en liga con Albert Einstein, que las consideraba “el modo empleado por Dios para mantenerse en el anonimato”.

También, con el padre de la psicología analítica, Carl Jung, quien acuñó para ellas el término de “sincronías”, y las usó en parte para sustentar su teoría de los arquetipos y del inconsciente colectivo.

Del olvido a la veneración.  El patricio murió a los 63 años de edad en una casa modesta del barrio Santa Rosalía, en Caracas, tras un año de progresivo deterioro físico y mental, que lo incapacitó para el trabajo y cargó de deudas a su familia.

En la madrugada del 15 de julio expiró en los brazos de sus hermanas Rosa y Francisca en una habitación alumbrada por velas, confortado por oraciones y depurado de amarguras.

Se había conciliado con su destino, que terminó aceptando como intención divina. “Hágase tu voluntad, Señor”, se convirtió en el rezo repetitivo de sus últimos días.

El vapor “Caracas” trajo a Santo Domingo la noticia de su fallecimiento y de su entierro en el cementerio venezolano Tierra de Jugo.

Su amigo Del Monte escribió una necrología profética sobre “el general que brilló como un meteoro”, y a quien sus rivales ridiculizaron para “empequeñecer la obra gigantesca de haber realizado sin recursos” lo que fue imposible a otra generación más opulenta.

“El general Duarte crecerá con los tiempos… se elevará a sus verdaderas proporciones de héroe tallado a la antigua; y la posteridad, más justa con los grandes hombres (porque no le importuna su presencia) concederá a su memoria el tributo de admiración y respeto que con tanto tesón le negaron sus contemporáneos”.

Retornan restos.  Ocho años después de su muerte, los dominicanos comenzaron a revivir su memoria. Ediles capitaleños trasladaron sus restos en enero de 1884 en una goleta designada simbólicamente Leonora,  nombre del bergantín que lo trajo en 1844 al proclamarse la Independencia.

En el Ozama de sus idas y venidas, rindieron honores al Duarte que comenzaba a inmortalizarse. Sus restos quedaron en la Comandancia del Puerto custodiados por una guardia de honor, y luego trasladados a la Catedral de Santo Domingo en una apoteosis.

Como profetizó Del Monte, Duarte creció en el tiempo hasta alcanzar la estatura de Padre de la Patria. Sus restos empezaron a tratarse con esa dignidad, y trasladados dos veces más.

En el centenario de la Independencia, el 27 de febrero de 1944, pasaron a un panteón en la Puerta del Conde.

En el centenario de su muerte, el 15 de julio de 1976, parecieron encontrar su tumba definitiva en un mausoleo de mármol blanco construido para los tres Padres de la Patria en el Baluarte del Conde. Reposan junto a los de Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, en nichos iluminados por una perpetua llama votiva.

Como toda América, los dominicanos honraban a sus grandes vivos cuando se habían convertido en sus grandes muertos. 

LOS VALORES

1. Espiritualidad

JPD   tuvo una fe viva que emanó no solo de la tradición, sino de su propio interior, y orientó su vida. “No tengas fe si  te parece, yo tengo la fe del centurión”, escribió a su amigo  Félix María del Monte. Sus actos, planes y decisiones no estuvieron desvinculados de su religiosidad. De esa dimensión emanó el hombre de la entrega generosa, de la fraternidad y la concordia. Independientemente de los credos religiosos, la visión espiritual da otra perspectiva a las bregas mundanas. Educar en este valor es la mejor preparación para una vida de armonía, cooperación y conexión con toda la creación.

2. Vida

La de Duarte fue una vida con propósito. En su juventud escuchó el llamado a la misión, y a ella respondió una y otra vez con pasión. “Yo habré nacido para no amar sino a esa Patria tan digna de mejor suerte”, dijo. Su camino  de realizaciones estuvo lleno de laberintos y encrucijadas, pero fue fiel a su tarea. Todos nacemos con un propósito. Aprender a escuchar el llamado interno, y seguir su sendero, es la llave de la plenitud, aun cuando la vida no sea un jardín de rosas.

3. Muerte

“El tirano muere y su reino termina, el mártir muere y su reino comienza”, reza el dicho. El tránsito de Duarte fue el inicio de su inmortalidad. Morir con gloria es privilegio de los virtuosos que han cumplido la obra con un corazón enriquecido por el valor, el sacrificio y el servicio. Nuestra cultura no nos adiestra para ver la muerte como natural y necesaria. La percibimos como catástrofe o derrota, en lugar de verla como tiempo de graduación y transformación. Cuando preparamos la conciencia, sin morbidez, meditando en esa segura perspectiva, elevamos la calidad de esta vida. Miramos con nuevos ojos, apreciamos lo que nos rodea, las pequeñeces dejan de importar, y atendemos lo esencial.
4. Reconocimiento
Reconocer es honrar, valorar y respetar. La nación se fortalece cuando honra a los próceres practicando los valores que enarbolaron. Honramos a Duarte amando el trabajo, la unión, la libertad, respetando las leyes, el derecho ajeno. Encarnemos sus ideales, seamos el cambio que queremos. Así construiremos la Patria que soñó hace 181 años.

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