La muerte de Hatuey

La muerte de Hatuey

Debido al tiempo transcurrido desde la última vez en que me encontré con Hatuey Decamps, desconocía la condición terminal de su padecimiento. Por supuesto, sabía del cáncer que lo afectaba. Al presentarse en programas de televisión, además, dejaba tras de sí la dolorosa visión del deterioro. Pero entre éste y la muerte existía un camino esperanzadoramente prolongado. De ahí la sorpresa del deceso. Su muerte ha conmovido, como pudimos apreciar, a sus familiares y amigos, a políticos vinculados y a otros, no relacionados con él.
Hatuey Decamps Jiménez fue figura fulgurante desde su mocedad. No necesitó escalones ajenos, pues se labró su derrotero a partir tanto de sus palabras como de sus gestos. Él acometía en el lugar elegido para sus actuaciones y, establecida la figura, exponía. A veces, su estentórea aunque no grave voz, le hacía parecer arrogante. Pasados los primeros espacios de tiempo, cuando las aguas se recogían, Hatuey solía presentarse como la persona que fue: amistoso y jovial.
Entre don Juan y José Francisco Peña Gómez, optó por éste. El profesor Bosch, en cierta medida, era una edición príncipe de él mismo y por eso se entendían a medias. Poco después de la llegada de don Juan y pasados los efectos de la desgarrapatización del buey, el maestro y el discípulo comenzaron a distanciarse. A veces, don Juan no amanecía con la tranquilidad necesaria y suficiente como para entenderse con el carácter de Hatuey.
Por esos días, Hatuey encontró mayor receptividad en el discípulo, más discreto en el liderazgo natural que lo adornó siempre. Hatuey, llegada la partición, se quedó junto a José Francisco.
Este paso lo convirtió en figura destacadísima del renovado Partido Revolucionario Dominicano resurgente de entre el fuego encendido para quemar las garrapatas al buey.
No podemos a unas horas de su deceso y tras los años transcurridos desde la muerte de José Francisco, decirse a ciencia cierta quién portó la tea. Porque en unos momentos la llevó Hatuey con la complacencia de José Francisco, quien jamás dudó del carisma que lo adornaba y, por consiguiente, nunca receló de las compañías adornadas de prestigio que pudieran colocarse a su lado.
Sobrevivió Hatuey a José Francisco y siguió adelante en la organización partidista de la cual era hijo legítimo, hasta la aparición del fantasma del reeleccionismo hipolitista. José Francisco ya no se encontraba entre los vivos y, tal vez por ello Hipólito gestó su pretensa y frustrada reelección, que condujo a la separación de Hatuey.
La muerte lo encontró en el partido organizado por aquellos días, desde los cuales procuró convertirse en augur y hasta en consejero de las generaciones de hoy, que como él cincuenta y tantos años atrás, creen en la posibilidad de sembrar las esperanzas de la República.

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