Algunos entendidos en la materia, a los que llamo doctores de la literatura, han venido pregonando, por diversos medios y en distintas épocas, la muerte de la novela. No pasan muchos años para que este anuncio llene los titulares de diarios y revistas y provoque candentes debates sobre la inminente muerte del género más popular en los últimos tiempos en el campo de la literatura.
El último doctor en literatura que ha anunciado el fallecimiento de la novela es don Luis Goytisolo, reputado intelectual y escritor español. La novela está en declive, la considero en fase de extinción, ha expresado en un libro que ha resultado premiado en el género ensayo en un concurso auspiciado por la editorial Anagrama.
No sé a qué llama Goytisolo declive si, según las estadísticas, la novela es el género literario más leído en el mundo. De acuerdo a los investigadores en España, por ejemplo, en los últimos diez años la novela ha sido preferida por los lectores en ocho años de estos diez, siendo el ensayo de temas diversos el que le ha pisado la cola a la novela.
Recientemente el investigador Jared Fanning ha publicado un estudio en el que da a conocer los diez libros más leídos de la historia y dentro de la lista 7 son novelas. Estos libros son: La Biblia, el Libro rojo de Mao, Harry Potter, El señor de los anillos, El alquimista, El código Da Vinci, Crepúsculo, Lo que el viento se llevó, Piense y hágase rico y El diario de Ana Frank. Solo La Biblia, el Libro rojo de Mao y Piense y hágase rico no pertenecen al género novela.
Intelectuales y escritores de todas las latitudes e idiomas se han encontrado con anuncios que provocan desazón en principiantes en el oficio, así como en consagrados. En Geografía de la novela, Carlos Fuentes dice Cuando yo empecé a publicar libros, en 1954, continuamente escuchaba unas ominosas palabras: <La novela ha muerto> Lamento, profecía o lápida, esta sentencia no era la más propicia para animar a un novelista en ciernes.
Si la novela había muerto por aquel entonces no habrían aparecido obras como Cien años de soledad, de García Márquez; Rayuela, de Cortázar; El extranjero, de Camus; Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi; El nombre de la rosa, de Umberto Eco; Libertad, de Jonathan Franzen, entre otras grandes novelas que es imposible citar.
La necesidad de renovación de la novela. Cada cierto tiempo surgen voces que claman por la renovación de la novela precisamente para evitar su muerte. Pero ha habido tiempos en que algunos escritores o escuelas de escritores se han empecinado en la renovación del género y lo que han conseguido ha sido casi destruirla, desfigurarla y convertirla en un esperpento. Han proliferado los intentos por escribir novelas sin historias, donde el lenguaje asume las veces de los personajes. Ha habido intentos por escribir textos supuestamente novelescos sin usar signos de puntuación y este intento ha chocado con la indiferencia absoluta de los lectores, que al leer buscan placer y no tortura.
Lo expresado por el escritor estadounidense Jeffrey Eugenides, autor de la novela The Marriage Plot y otras obras notables, pienso que da una clave para que la novela siga siendo un género que goza de muchos lectores. Dice: No es que me haya propuesto llevar la misión retrógrada de volver a la novela decimonónica, pero es verdad que hay cosas que vale la pena preservar de la tradición. La única manera de dar nueva vida a la novela es recombinando elementos muy dispares, mecanismos posmodernos, elementos tradicionales, aspectos de la novela psicológica, mezclándolo todo. No hay por qué sacrificar los logros del pasado en aras de ningún doctrinarismo.
La novela como panacea para los males existenciales de la raza humana
Recordemos que una novela en el sentido más llano no es más que una historia bien escrita, bien contada. Y si esa historia carece de buenos personajes, sicológicamente bien perfilados, bien descritos, sin signos de puntuación que haga fácil la tarea de leer, entonces estamos faltando a lo elemental, a lo esencial a la hora de hablar de novela.
En otras épocas las pretensiones en torno a la novela eran elevadísimas. Se le atribuía al género unas cualidades y posibilidades que solo eran factibles en la mente enfebrecida de sus postulantes. Algunos aducían que una novela era capaz de producir una revolución, que era capaz de cambiar al mundo, entre otras grandiosidades que con el tiempo hemos comprobado que no eran más que fruto de la megalomanía de muchos teóricos, de escritores que tenían la convicción de que estaban por encima de los dioses.
Para citar un ejemplo de los milagros que algunos atribuían y esperaban de la novela mencionaré a Milan Kundera y su libro El arte de la novela, quien cita a Hermann Broch con un juicio digno de provocar burlas y carcajadas : En efecto, todos los grandes temas existenciales que Heidegger analiza en Ser y tiempo, y que a su juicio han sido dejados de lado por toda la filosofía europea anterior, fueron revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela (cuatro siglos de reencarnación de la novela europea). Uno tras otro, la novela ha descubierto por sus propios medios, por su propia lógica, los diferentes aspectos de la existencia: con los contemporáneos de Cervantes se pregunta qué es la aventura; con Samuel Richarson comienza a examinar la vida secreta de los sentimientos; con Balzac descubre el arraigo del hombre en la historia .
Más adelante leemos: La novela acompaña constante y fielmente al hombre desde el comienzo de la Edad Moderna. La < pasión de conocer> ( que Husserl considera como la esencia de la espiritualidad europea) se ha adueñado de ella para que escudriñe la vida concreta del hombre y la proteja contra <el olvido del ser>, para que mantenga <el mundo de la vida> bajo una iluminación perpetua. En ese sentido comprendo y comparto la obstinación con que Hermann Broch repetía: descubrir lo que solo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela.
Al leer este tipo de juicios cualquiera se arredra y desiste de escribir algo tan sublime como lo es una novela.
La novela en los tiempos que vivimos.
Leer ficción es una práctica muy acendrada en casi todas las civilizaciones. Unas más que otras, pero todas han hecho de la lectura de ficción una tradición y este hecho forma parte de su estilo de vida. En sociedades en que la gente tiene altos niveles de educación y sus problemas económicos más perentorios resueltos comprar novelas es tan común como ir al supermercado o a las tiendas.
Estamos conscientes de que tras la aparición de la televisión y la masificación del cine y la gran revolución tecnológica de los últimos veinte años la lectura, principalmente el libro impreso, ha sufrido un notable retroceso; pero este fenómeno no solo afecta a la novela.
Luis Goytisolo teme que el derrumbe sea tan grande que los escasos lectores se dediquen a leer la gran literatura. ¿Pero cuál es la gran literatura? Me imagino que se refiere a los clásicos, a obras que tienen todos los méritos literarios posibles, pero que a los ciudadanos de estos tiempos no les dicen nada. No me imagino a una lectora de Crepúsculo ni siquiera manoseando con curiosidad obras como el Ulysses, de James Joyce, y ni qué hablar de portentos como La divina comedia, de Dante, o El paraíso perdido, de Milton.
Puede que los lectores de novelas se reduzcan a su mínima expresión, que las ediciones sean tan inusuales que lleven al género a la casi extinción. Sin embargo, la novela no morirá jamás, pues mientras existan hombres y mujeres con esa inaguantable, impostergable manía de generar historias y contarlas, la novela no morirá. Porque la vida es una novela, la novela es todas las vidas de todos los seres humanos.