Con la muerte del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se cumple con gran acierto lo dicho por John Donne: » La Muerte de cualquier hombre me disminuye. Pero tendría que añadir que ese deceso no solamente repercute en mi Porque soy parte de la Humanidad, como concluyó el poeta inglés, sino que afecta de manera muy particular a los pueblos que conformamos el Tercer Mundo.
Chávez se distinguió por su preocupación ante los males propios de los pobres del mundo; y muy pocas veces en la historia de las relaciones internacionales se había visto un Presidente que mostrara tanta solidaridad como la exhibida por él. Su vocación de ayuda no tuvo límites y se dirigió principalmente hacia sus vecinos de Latinoamérica.
La desaparición del Presidente Chávez en el momento más luminoso de su carrera política -acababa de ganar una nueva elección- debe llamarnos a la reflexión sobre la precariedad de la vida, pues como decían los romanos: Somos humanos y tendremos que morir.
La realidad de la muerte que llega como un ladrón, según nos dice el Evangelio, nos obliga a estar siempre preparados para su encuentro.
En ese momento se presentarán como un balance repentino- todos los actos de nuestra vida y podremos ver de cerca, el resultado. Si salimos exitosos, entonces habría tenido sentido nuestra existencia.
De lo contrario, nos sentiremos culpables de haber defraudado a Dios, a nuestros padres y a nuestros hijos.
Ese acontecimiento nos lleva también a pensar en la precariedad de la gloria humana. Sic transibus gloria mundi dice el ritual del Vaticano. Y ciertamente es así. El presidente Chávez era un hombre joven y lleno de poder. Amado por su pueblo y respetado por sus colegas estadistas.
No podía pretender mayor gloria. Sin embargo, la veleidad de la vida dio paso a la muerte y toda esa dicha se disipó. Pero felizmente, los hombres podemos vencer la muerte y el fracaso de la gloria terrenal, si somos capaces de trascender en el corazón de los que nos sobreviven.
Y ese es el gran reto de los líderes. El liderazgo que se pueda experimentar en vida siempre estará sometido a la sospecha de las verdaderas causas que lo motivan.
Si esas razones no traspasan el simple interés de beneficios materiales o coyunturales, el liderazgo será efímero y circunstancial.
Por el contrario, cuando el vínculo con el líder es ideológico o basado en principios apartados del interés personal, haciendo de esa relación una especie de religión, entonces el liderazgo sobrevivirá a la ausencia del líder y adquirirá un carácter de perpetuidad.
Ahora que el presidente Chávez ha muerto, es cuando podemos medir la verdadera extensión de su liderazgo. No sé cual será el desenlace final, pero de lo que no tengo dudas, es de que Chávez vivió luchando por la satisfacción de las necesidades de la mayoría de los venezolanos.
Se podrá estar o no de acuerdo con su manera de gobernar, pero nadie podrá negar que Chávez fue un hombre que vivió y murió por la causa en la que creía.