La muerte esperó 23 años

La muerte esperó 23 años

LEO BEATO
Glinká! ¡Glinká!- esas fueron sus primeras y últimas palabras. (Green card!).
Jean Clement, el Haitiano como lo conocían en el barrio, caminaba como un paraguas. Todo él era una sombra languirucha de alabastro, un quijote hecho de onix o un onix hecho un Quijote de la Mancha: Largo, largo y con los huevos en el cogote, como describían e tiempos de mi infancia a una mata de cocos. Me recodaba a un monje cartujo ambulante meditando por el claustro.

– Hermano, de morir habemos- le dice un cartujo al otro al encontrarse en los pasillos.

– Hermano, ya lo sabemos- le contesta el otro como si ambos fueran novios de la muerte.

– ¿Dejà, mom amí?- interrogaba yo al Haitiano medio en creole medio francés.

– Pas’enconre! (¡Todavía!)- él me respondía.

-”Icí mwe toujour (aquí esperando siempre)- añadía sin respingar un segundo.

Yo era el único que comprendía su agonía, pues fui quien le recomendó a Drácula. Más que abogado aquel hombre era un vampiro que fue chupándole 4,500 gotas de sangre por día a mi amigo Jean Clement, el Haitiano. A dólar la gota, como si se tratara de Jesús en el Calvario.

-¿Qué ha llegado de la Migra?- preguntaba cada lunes a la secretaria de Drácula.

-Rien. Rien (nada, nada)- ella contestaba. Y así pasó el resto de su vida… esperando.

Con un paraguas más largo que él y su destino colgándole del codo derecho, una Biblia en la izquierda y un sombrero de cúpula negro de saca-teclas; de saco y corbata inmaculados como su propia conciencia de ciudadano honesto y serio, se parapateaba como otro Diógenes por la Atenas de la antigua Grecia en busca de un hombre a la una de la tarde. Jamás logró encontrarlo ni en New York ni en Miami y mucho menos en Dominicana donde vivió parte de su largo calvario. Por fin un día de mucha lluvia, a las cinco, siete minutos y nueve segundos de la tarde, antes que el sol se acostara, llegó un sobre manila a la oficina de Drácula.

– Comuníquele al Haitiano que acaba de llegarle la “green Card”-sonó la voz de robot del otro lado del inalámbrico.

– Hábleme más alto, por favor, que apenas atino a escucharla- le respondía a la secre de Drácula como si estuviéramos en dos universos distintos.

– Que le diga a Jean Clement, al Haitiano, que le acaba de llegar su tarjeta de residencia norteamericana. En un privilegiado porque a ningún haitiano le llega tan rápido.

– Al señor al que usted se refiere-contesté colérico- no se le puede comunicar nada.

– Como que no se le puede comunicar nada?-indagó la secre.

– No, no se le puede comunicar absolutamente nada porque lo que le acaba de llegar es la muerte. Le llegó ayer a las diez menos cuarto de la mañana. Pasó exactamente 23 años cuatro horas y cuarenta y cinco minutos con tres segundos esperándola.

Click!- fue la respuesta de la oficina de Drácula donde le habían chupado toda su sangre.

Una historia más entre miles de otro infeliz haitiano indocumentado.

Si sumamos bien los dígitos que aparecen en esta historia obtendremos un número cabalistico que significa un nuevo comienzo, un nuevo Génesis, un nuevo despertar. El final del “principio” o el principio del “final”.

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