El pasado domingo describimos la muerte súbita como un evento secundario a la actividad de un área del cerebro, en particular la Ínsula, situada detrás de la sien. En la oportunidad planteamos las investigaciones que se llevan a cabo en la actualidad para determinar cómo la desenfrenada acción de sustancias como los corticoesteriodes, que en exceso son dañinos, junto a otras como la adrenalina, inducen a una desbocada arritmia y se produce la muerte por rompimiento de músculos del órgano rojo.
Por comentarios de amigos fraternos, he decidido continuar con el tema de cómo el cerebro es el causante de esa tormenta que induce a que el músculo cardíaco literalmente estalle. Veamos un poco de historia, a partir de Claude Bernal, quien esbozó en el 1859 que el organismo poseía mecanismos delicados para producir una compensación ante las agresiones del entorno. Pero no es sino hasta el 1971, cuando Manson planteó que el concepto de Síndrome General de Adaptación era incompleto, pues no incluía la influencia de la adenohipófisis y el ascendiente que sobre ella ejerce la corteza cerebral. Es a partir de entonces cuando el concepto restringido de estrés fue reemplazado por un concepto más amplio, fructífero y clínicamente más útil: el concepto de las emociones. Es reciente cuando se le da a la ínsula el papel protagónico sobre esta muerte súbita.
Si recordamos el pasado año, cuando en la población de Jaquimeyes, Barahona, murieron de forma seriada unas 15 personas con sintomatología clásica de infartos cardíacos, con el característico dolor de pecho, etc., pero algo de importancia en la historia clínica era que muy pocos eran hipertensos o diabéticos. Igual pasó en Jimaní, luego del desastre de las inundaciones, similar en el valle de la presa de Tavera. Qué de común tienen estas muertes, qué acontece luego de estar expuesto el individuo a situaciones de grandes angustias, como la pérdida de familiares y de sus hogares, a un asalto, una quiebra, un divorcio, un despido, etc.
El equilibrio de nuestro organismo ante las agresiones y el estrés es una compleja maquinaria, pero cuando el elemento estresante es muy dramático y de una gran magnitud, se nos desploma ese mecanismo y quedan esas sustancias nocivas para el organismo, tales como el cortisol en exceso, estimulando la glándula rectora. La hipófisis es como una avellana que tenemos en la base de nuestro cerebro, que es una especie de policía de tráfico para el control hormonal con relación a la corteza insular.
Pero lo importante sería la explicación de porqué suceden las muertes días después de haberse expuesto al nocivo estímulo. Está demostrado que cuando hay una situación desagradable persistente, o se genera una terrible angustia o un pánico violento, la respuesta fisiológica normal se transforma en un estado de nueva memoria biológica, sin retornar el organismo a la situación de equilibrio biológico anterior. Esto se ha denominado carga alostática y constituye una adaptación nueva, recuerdos negativos que persisten en el cerebro, con un alto costo para el organismo, la más de las veces, es la propia muerte.
Es decir que las grandes angustias, las demandas sociales exageradas, el mal manejo de nuestras ansiedades y depresiones, hoy está demostrado que desde antes de nacer se pueden influir en cómo las enfrentaremos, si bien o mal. Es decir, que si usted tiene pocos factores de riesgo cardiovascular, una tomografía cardíaca normal y un score de calcio coronario normal, por igual toda la batería de grasas en sangre, etc., no está en sobre peso, pero no tiene la capacidad de adaptación a las demandas, ni la sabiduría de saber vivir, y se inscribe usted en la categoría del eterno gruñón infeliz, creemos que lo suyo anda mal. Porque cada vez se le da más peso a esa reactividad emocional y psicológica, la ínsula que nos cobra un alto tributo por mantenernos en felicidad.