La mujer abusada

La mujer abusada

LUIS SCHEKER ORTIZ
Se reporta que en Estados Unidos de Norteamérica, donde existe un sistema de seguridad y protección a la mujer que no tenemos, 1,870 mujeres son violadas cada día. Es decir a razón de 1.3 cada minuto, según estadísticas recientes. ¿Cuántas más abusadas callaron el abuso, cuántas no fueron asentadas en los libros, cuántos culpables fueron a la justicia y cuántos condenados a purgar su crimen en la cárcel? El dato no lo tenemos a mano, pero lo que realmente importa es la secuela que deja ese crimen en el alma de la mujer; los trastornos psíquicos, morales y materiales que a ella y al entorno familiar deja ese crimen, por lo que no podemos condenar a la mujer abusada, por terrible que sea su decisión de no mantener y alimentar el ingente fruto no deseado.

El problema no debe plantearse en términos absolutos: a favor o en contra de la suspensión del parto, con un sí o un no maniquesta; o peor en términos mefistofélicos, de confusión y engaño. Es un asunto demasiado serio, no solo de creencias, para tratarse con el absolutismo del dogma; con la pasión fanatizada de la fe cautiva, o del interés político coyuntural, más apremiante en cuanto cercano a las elecciones está. No es lo mismo pedir «que se despenalice el aborto», que autorizar que se criminalice a la mujer que lo practica, aún bajo determinadas condiciones de vida, de honor, de supervivencia.

Suele acontecer que el poder pesa más que la razón, cuando el temor se impone. Muchos callan, otros se doblegan. Ser partidario de la vida, (de un árbol, de un animal, de una criatura humana, sobretodo), siempre será y deberá ser más simpático y hermoso, que darle vivas a la muerte, grito horrendo de Gral. Millán Astray que sublevó al digno Rector de la Universidad de Salamanca, Don Miguel Unamuno.

Lo que se quiere no es que se autorice el aborto festinado; es que regularice, como se hace en cualquier nación civilizada y que no se criminalice y castigue a la mujer abusada. Que se le penalice y vaya a la cárcel como un vulgar criminal cuando ha sido víctima de la violencia, del abandono, de la impotencia o indefensión. Pongamos las reglas claras, para mejor entendernos y no razonar después que la desgracia toque a nuestras puertas.

A las que corren riesgos inminentes de perder la vida o la salud, que busca auxilio y encuentra socorro en un aborto terapéutico no puede condenársele. El derecho a la vida es el derecho de todos (a); tan valioso para quien está vivo y lucha por vivir como el que solo está por nacer. Es el derecho de amor al prójimo; a la protección del ser abusado: la que ha sido víctima de una tragedia, no puede condenarse. No puede ser dos veces castigada: por Dios, y por aquellos que hablan en su nombre; los que falsifican su firma y piden condena y castigo para la mujer estuprada; la infectada por el incesto criminal; para la mujer desgraciada por una tragedia no querida ni provocada, de la que no es, en modo alguno, responsable.

Y pretenden, sociedad hipócrita, que sean condenados por igual quienes muestran caridad y se solidarizan ante su desgracia. Familiares y profesionales que ofrecen soluciones de vida sana, en nombre de la vida misma, antes de obligar que métodos insanos y personas ineptas extiendan y hagan más penosa la desgracia que nunca debió ocurrir.

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