No se debería considerar la enfermedad como un enemigo sino todo lo contrario, como un amigo y compañero que nos advierte de algo que nosotros hasta ahora no hemos sido capaces de constatar y comprender. Hay que preguntar a la enfermedad qué pretende decirnos. La enfermedad es un trastorno somático que apunta a otros trastornos psíquicos en el interior. ¿Qué mensaje traen los síntomas de la enfermedad? ¿Qué cosas hay en mí que no funcionan bien? ¿En qué me estoy perjudicando yo mismo? ¿A qué cosas no presto la debida atención, qué otras necesito y qué podría hacerme bien? Podemos dialogar con los síntomas de la enfermedad y preguntarles de qué quieren liberarnos, qué peso vienen a quitarnos de encima. De Anselm Grun y Meinrad Dufner. La salud como tarea espiritual. Actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida
Contaba en mi artículo de la semana pasada acerca de una experiencia personal dura. Después de haber pasado muchos años sumergida en una vorágine de vital, de haber sometido a mi cuerpo a un estado de tensión y actividades, mi cuerpo decidió cobrarme el maltrato al que lo había sometido. Agotado, cansado de vivir en permanente actividad, colapsó. Esta experiencia, decía fue tan fuerte que me obligó a pensar y replantearme muchas cosas. Enferma, obligada a tomar tiempo de reposo, tuve la oportunidad de reencontrarme nuevamente. Me descubrí humana y profundamente vulnerable.
Detenerme de golpe en el camino acelerado camino de mi vida, fue una lección, la más importante en mi existencia. Pude hacer un balance. La soledad, la mejor compañía, si deseamos hacer introspección. Tratando de buscar mi centro, y de lograr la completa armonía conmigo misma, aprendí varias cosas.
Aprendí el valor del ocio. Había olvidado el simple placer de no hacer nada; el deleite del silencio, acompañada solo de mis recuerdos y mis pensamientos. Sentada en mi sillón de descanso, miré por la ventana y disfruté el espectáculo de los pajaritos que se posan en las flores que cuelgan de la ventana del estudio. Nadie en mi casa se había percatado que nuestra terraza era un centro de reunión de pequeños cantores, que cada día por las tardes, se alimentan del polen, comen y alzan vuelo canturreando. Obligada a no hacer nada, observé y disfruté de los colores que presenta el cielo en un solo día. Luz brillante que enceguece, para luego oscurecerse y ponerse gris. La lluvia que llegó inesperada, bendijo las plantas y refrescó el ambiente cargado. Estos cambios cotidianos, son imperceptibles, indiferentes más bien, porque pasamos por la vida trabajando y agobiados por la rutina.
Comprobé que la verdadera riqueza no está en la posesión de bienes materiales. Que soy inmensamente rica con la gran cantidad de bienes espirituales que poseo, y entonces al comprobar esa realidad, ya no me angustia tanto pensar en el ahorro del retiro.
Valoré aún más el valor de la familia y los amigos. Ese grupo de seres que han acompañado mi vida, estuvieron se hicieron presentes con visitas y llamadas para expresar sus preocupaciones por mi estado de salud.
Hice balance de mis ocupaciones, y al comprobar que la voluntad puede ser un factor de motivación para seguir adelante, nos envuelve a veces de tal manera que nos hace sentir imprescindibles e invulnerables. Durante mi ausencia de mis múltiples obligaciones, la vida siguió su curso, y yo pude ser espectadora de ella. Convenciéndome entonces que si bien cada quien es necesario en el ámbito donde se mueve, hay una generación espontánea de supervivencia, que tu reemplazo se hace de manera natural. Entonces me doy cuenta que somos en nuestra individualidad un elemento pequeño del universo, necesarios como complemento, pero nunca imprescindibles. Para bien, muchas veces para mal, los grandes héroes y heroínas de la historia han partido y han dejando sus huellas, y los recordamos con siempre cariño, pero la historia no se detiene y debe seguir su curso.
No creo que haya aprendido bien la lección. Estoy tratando de buscar el centro de mi vida. No quiero ahora convertirme en un ser egoísta que solo vive para sí. Tampoco en un hedonista que busca a toda costa el placer. Me niego a vivir una vida contemplativa, sin retos por delante. Me conozco y se muy bien que en el momento en que me sienta con las fuerzas que he perdido, intentaré acelerar la marcha. Cuando suceda, me detendré para obligarme a contemplar los placeres pequeños que ofrece la cotidianidad. Si por el contrario, un nuevo episodio me hace detener en mi carrera por la vida, aprenderé a vivirlo con alegría, temor también, y aprovecharé ese espacio para planificar el curso de mis nuevas acciones, pero buscaré espacio para la contemplación y el silencio.
Hoy intenta disminuir el ritmo. Concibe el día como si fuera un adagio…Escucha la música que calma y edifica tu espíritu. Y mientras escuchas, haz una pausa..Así ocurrirá con tu mundo. De la mano de la armonía ten fe en que tus momentos cotidianos no tardarán en componer una rapsodia de deseos cumplidos. Sarah Ban Breatnach, El encanto de la vida simple.