La mujer policía al frente de la reconquista de favelas de Rio de Janeiro

<P>La mujer policía al frente de la reconquista de favelas de Rio de Janeiro</P>

RIO DE JANEIRO, (AFP).- Secuestrada y torturada en una favela hace cinco años, la joven policía militar Pricilla de Oliveira Azevedo coordina actualmente las nuevas unidades policiales que llegaron a decenas de barrios pobres de Rio de Janeiro tras décadas de control del narcotráfico.

Con 34 años, De Oliveira está a cargo hoy de 25 Unidades de Policía Pacificadora (UPP) que controlan 144 favelas ocupadas por 5.550 policías, una estrategia lanzada por el gobierno carioca en 2008 con miras a mejorar la seguridad antes de recibir la Copa del Mundo en 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016.

«Conseguimos transformar un lugar temido por la población y por los turistas en un sitio que hoy puede ser visitado», dice De Oliveira a la AFP en la cima del Morro da Providencia, donde a fines del siglo XIX nació la primera favela carioca, hoy también reconquistada por la policía.

En marzo, De Oliveira recibió en Washington el premio internacional «Mujeres de Coraje» de manos de la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton y la primera dama Michelle Obama. «Mi mayor logro fue mostrar que en las favelas de Rio, a diferencia de lo que la policía y buena parte de la gente pensaba, la mayoría de los habitantes son personas de bien, trabajadoras», explica.

De Oliveira fue comandante de la UPP de la favela Santa Marta en Botafogo (zona sur), la primera favela «pacificada» por la policía en 2008, donde era la única policía mujer y estaba a cargo de 126 hombres.

Lo más difícil, asegura, fue lograr que los pobladores confiaran en los oficiales. Santa Marta había sido ocupada por el batallón de élite de la policía militar muchos años atrás, durante nueve meses, pero cuando ésta se retiró en 1991, los narcos retomaron el control y asesinaron a los que consideraron informantes. El miedo a que eso se repita todavía está latente.

Durante sus dos años en Santa Marta, combatió el narcotráfico, se entrenó en mediación de conflictos y derechos humanos, y trabajó con autoridades para mejorar la recolección de basura y la atención médica.

 «En dos años nunca recibí una denuncia telefónica sin saber quién me llamaba. Eso es una gran prueba de confianza, porque la gente que vive ahí hace 20, 30 años conoce el poder del crimen, y a mí no me conocían», dice.

Hoy, su desafío consiste en «demostrar que la policía trabaja para mejorar la sociedad» y «derrumbar el mito de que las UPP pueden resolver todos los problemas». A su juicio, las unidades de pacificación sirven para afirmar la presencia del Estado y abrir el camino a servicios básicos y a la inversión privada. «A través de nuestro trabajo, tenemos que conseguir la confianza de la gente.

Pero en algunas favelas va a demorar (…). Cuando el narcotráfico lo hacen los propios habitantes de la comunidad es más difícil, porque la gente tiene una relación con el delincuente», explica. Un millón y medio de personas viven actualmente en las más de 750 favelas de Rio de Janeiro.

Las UPPs han mejorado significativamente la seguridad en los barrios pobres situados en las regiones más turísticas, cerca del aeropuerto o el sambódromo, pero la violencia continúa en cientos de las comunidades ubicadas en las zonas más pobres de la ciudad.

Consultada sobre casos recientes de corrupción policial en las UPPs o sobre los habitantes de las favelas que confiesan tener más miedo a la policía que a los narcos o a los grupos parapoliciales, asegura que hay malos ejemplos «en cualquier profesión», y que son «la minoría».

-«Yo, policía, mujer, solita»- En 2007, De Oliveira fue secuestrada por un grupo de delincuentes armados cuando salía de su casa, y llevada a una favela por varias horas. «Me golpearon mucho, me agredían en todo momento, sin parar.

Pensé que nunca saldría de ahí, estaba en un lugar de la favela que no era poblado, con varios hombres armados; yo, policía, mujer, solita. Si salí fue por la ayuda de Dios», dice. Logró escapar después de varios intentos.

La policía capturó a parte de los criminales, y al día siguiente regresó con sus colegas para capturar al resto. Según De Oliveira, este incidente, en vez de producirle «síndrome de pánico», tuvo en ella «el efecto contrario».

«No podía permitirme ni tomar un día libre. No quería dejar de trabajar, me convertí en una persona mejor, me hizo ver que la gente de la favela precisaba ayuda», afirma. Hace 11 años que intenta conciliar su trabajo con sus estudios de Derecho.

«No tengo marido, no tengo hijos, no tengo ni novio, no tengo tiempo», dice riendo. «Cuando entré a la policía mucha gente de mi familia se opuso. Fue difícil para mi madre», cuenta. «Pero también me educaron para correr atrás de mis sueños, y para no depender de ningún hombre ni de nadie», sentenció.

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