Al entrar en La Sala Ravelo, del Teatro Nacional, un telón blanco nos recibe, impide ver su interior; al penetrar vemos las paredes laterales cubiertas de un manto blanco y el escenario por igual, todo era blanco, y nos llamó la atención.
La actriz en proscenio ataviada del mismo color, iniciaba una especie de prólogo silencioso, interactuaba con el público que seguía llegando, y lo invita a rezar el “Padre Nuestro”.
Inicia la obra y a medida que se desarrolla intuimos que aquel color blanco, símbolo de la pureza, moralidad y limpieza, creando una especie de entorno espiritual, era más bien una paradoja de la historia de aquella mujer, despectivamente llamada “Puerca”.
El excelente texto narrativo de “La mujer puerca”, obra del dramaturgo argentino Santiago Loza, es un monólogo pletórico de matices con ribetes melodramáticos y pinceladas de humor, su argumento nos cuenta la historia de una humilde mujer que carga el trauma, la culpa de la muerte de su madre al momento de su nacimiento; huérfana de cariño, criada por una tía que le llama “puerca”, se siente rechazada, sin embargo sueña con ser amada y bendecida por Dios, aunque le surge la duda de si lo merece.
A través del relato de su largo peregrinar, conocemos las circunstancias que determinaron cada momento trágico de su vida, nada es casual y necesita ser amada, pero solo hay silencio a su alrededor.
Su fuerte temperamento es capaz resistir las adversidades de la vida, las injusticias, el desprecio, la violencia que la han llevado convertirse hasta en una “vendedora de caricias”.
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Interpretación de Judith Rodríguez
“La mujer puerca” tiene una intérprete excepcional: Judith Rodríguez, su actuación pletórica de matices utiliza la expresión corporal, como código elocuente que se decanta en el gesto, el medio más rico tras las palabras, para expresar emociones y transmitirlas, logrando así la verdad escénica.
En cada episodio consigue provocar la sonrisa o la risa contagiosa no obstante la trágica historia, e interactúa con el público hasta el punto de convertirlo por instantes en un coro, que la acompaña en momentos de relajación.
La escena final es conmovedora, visualmente hermosa, la actriz se transforma, “La mujer Puerca” es cubierta por un manto blanco que cae desde las alturas, simboliza el perdón. Judith Rodríguez con esta actuación, marca un antes y un después en su carrera.
“La mujer puerca” es un monólogo y por su estructura no espera respuesta de un interlocutor, sin embargo y sin romper su esencia, la figura de un anciano en una silla de ruedas aparece en la escena, y por momentos con voz desfallecida pide “¡agua!”, la mujer se acerca y habla con él, sin recibir respuesta; lo más interesante de esta figura es que aparece por momentos transformada, sin que podamos advertirlo y con un significado particular.
Stuart Ortiz, magnífico en su limitación, está presente, desde la distancia.
Un equipo bien estructurado, con criterios unificados, logra una magnífica puesta en escena, bajo la dirección eficiente de Vicente Santos, quien además se destaca como un certero “director de actores”.
La escenografía monocromática de Fidel López es una apropiada alegoría, las luces diseñadas por Ernesto López enfatizan momentos, y junto a la música de José Andrés Molina, recrean un climax visual en la escena final.
La producción general de Hony Estrella es un aporte a la escena dominicana. Esperamos su reposición para que un mayor número de personas asistan y disfruten del buen teatro.