En los tiempos de antaño, para no remontarme más que a la era cristiana, la mujer fue siempre fuertemente discriminada por todas las religiones y el machismo imperante. Ninguna aparece entre los Doce Apóstoles y en la Roma Imperial antes y después de Cristo, nunca hubo un Emperador o César del sexo opuesto que por serlo no dejó de ejercer influencia como la Magdalena o la madre de Jesús y, en el otro extremo aquella hija de Herodías que a solicitud de su madre le pidió a Herodes la cabeza de Juan el Bautista.
Durante la Edad Media, el Señor Feudal, de horca y cuchillo, tenía derecho a todo, a la desfloración y abuso de la mujer, sin importar si era ajena “en aquellos tiempos “de capa y espada”, diría mi padre en uno de sus poemas (Fantástica) gentiles y audaces caballeros se debatían por el amor de su Dama, la Reina, “la Mujer Real”, no por cualquier otra.
Cuando al fin la Revolución de Octubre de Robespierre, Danton y Desmoulins (1789) reconociera la igualdad de derechos del hombre y la mujer, debiendo ser tratados con respeto y dignidad, no cesó la marginación, no siendo hasta principios del siglo XX (1903) cuando madame Marie Curie, “la mejor y más abnegada científica de la historia” mereció ser reconocida siendo la primera mujer en recibir el Premio Nobel. Muy pocas, desde entonces han recibido semejante galardón.
Pero la mujer, la más noble y abnegada criatura humana del planeta Tierra, ha seguido su lucha, superándose, rompiendo cadenas de prejuicios, destacándose en distintas profesiones, en el arte, la poesía, los deportes, sobresaliendo en las universidades, en foros internacionales hasta en la NASA, invadiendo el sacrosanto poder político desde Gengis Khan hasta la Thatcher de Inglaterra sin abandonar nunca sagrada condición de madre, atenta a sus deberes y obligaciones como dueña y señora de la casa.
Hoy no es de extrañar que países avanzados de Europa, de la India, incluso de América Latina la mujer jueguen un papel estelar y gobiernen (bien o mal) los destinos de esas naciones y ocupen posiciones relevantes en los poderes del Estado, provincial, municipal y en el sector privado.
Yo soy, debo confesarlo, sin temor de que me tiemble o me doblen el pulso un acérrimo y consecuente defensor de los derechos de la mujer, igual que del hombre, como ser humano, con una condición solo propia de ella: parir hijos, amarlos, mimarlos, derecho que le niega la Constitución (Art. 37) cuando le condena al negarle el derecho a la vida y a la dignidad con las tres causales eximentes de penalización.
Y como amor no quita conocimiento, pienso que los malos ejemplos no deben seguirse. Ahora que se quiere mejorar el sistema político imperante, eliminar el clientelismo, el prebendismo, no creo prudente ni recomendable repetir el burdo invento del Dr. Joaquín Balaguer, pura demagogia: Reservar el cargo de Gobernador (a) Provincial solo para mujeres. En mi opinión es contraproducente. Un mal indicio.