La mujer y su rol en la familia

La mujer y su rol en la familia

MARLENE LLUBERES
Vivimos tiempos en que, indudablemente, la mujer se ha visto en la ineludible necesidad de enfrentar difíciles roles, en unas ocasiones porque está sola y, en otras, porque el hombre no ha tomado la posición que le corresponde.

Las tareas del hogar y el trabajo, como instrumento de sustento, le han arrebatado la vida apacible y de quietud que en ella originan los detalles que acompañan las manifestaciones de amor y, por el contrario, el afán y la prisa abruman sus días.

Gran parte de los hombres tratan de imponer su autoridad ejerciéndola con evidentes malformaciones, provocadas por un machismo aprendido, que muchas veces degenera en despotismo y, lejos de ser el compañero anhelado, se convierte en la figura temida. Puede ocurrir, contrariamente, que la autoridad sea cedida y aquel que es llamado como guía se convierta en una sombra; liberándose de responsabilidades no toma parte activa en la educación de los hijos, a lo que puede agregarse, en el peor de los casos, el olvido de los deberes para con ellos y para con su esposa, además de la preeminencia de su aporte económico en el hogar. Como respuesta a estas conductas distorsionadas la mujer desarrolla un estilo de vida errado que la obliga a jugar un papel muy distante al diseño de su Creador.

Conceptos culturales, hábitos y costumbres han sido alimentados por años en la sociedad: machismo, humanismo, positivismo, religiosidad, los que han capturado nuestras mentes trayendo como consecuencia graves distorsiones en nuestro entorno.

No obstante a este estilo de vida enraizado en nuestras familias, existen infalibles estrategias que de practicarlas, la estabilidad, el orden y el gozo serán devueltos. Estas las podemos estudiar en la Palabra de Dios donde con claridad se nos muestra la necesidad de renovar nuestra mente y colocar en ella el modelo de Jesús, derribando el sistema de creencias en el cual hemos crecido.

Es El mismo quien nos dice que el hombre debe tratar a la mujer como vaso frágil, no abandonarla ni esclavizarla, entendiendo que es su ayuda idónea, amiga, compañera y que en él reposa la responsabilidad de cuidarla y protegerla, trato que, al recibirlo, la llenará de alegría y ánimo capacitándola para brindar amor a quienes la rodean.

Como cabeza de familia el hombre debe sujetarse a Dios, a sus normas y principios, en El buscar dirección y fortaleza; la mujer, a su marido ya que a él le fue delegada la autoridad, aunque sabemos que gran rebeldía se levanta en ella al escuchar hablar de la sujeción, pero si verdaderamente queremos implantar el orden de Dios, estamos compelidos a dejar a un lado el “yo”, los intereses propios y, sin soberbia, entender Su plan, invitando a Cristo a convivir en el hogar.

Los hijos, creciendo en este patrón de vida coherente, por vía de consecuencia, se sujetarán a sus padres, con complacencia recibirán su disciplina, amparo y protección.

Por su parte, la madre soltera encontrará en Dios la instrucción para conducir su casa, a El abrirá su corazón cada día con la certeza de que hallará sabiduría, amor y nuevas fuerzas para seguir adelante.

Así como el barro es moldeado en manos del alfarero, permitámosle a Dios establecer el plan que ideó para nuestras vidas y relaciones; con espíritu manso y llenos del amor de Dios dejemos que realice su operación perfecta para que las virtudes que El colocó en cada hombre y en cada mujer fluyan sin que el muro que levantamos, producto del afán y la ansiedad, lo impida.

La familia de éxito y llena de paz será únicamente formada si nos apegamos a la Palabra de Dios, de esta forma la fuerza y el honor serán su vestidura, todos sus miembros vivirán sin temor y se reirán de lo por venir.

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