La mulata duerme y el prejuicio viaja

La mulata duerme y el prejuicio viaja

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Ahora que Lidia está dormitando aprovecharé para  hacer unas notas antes de llegar a la estación de Camagüey. Me han dicho en la Unidad que es un lugar acogedor y bien organizado. El  señor Dihigo aseguró a Medialibra que si no había retrasos desde  Bayamo él estaría en Camagüey a la hora de entrar nuestro autobús en la terminal.

Ojala sea así, se dijo Ladislao, masticando las palabras en un apagado gruñido. Miró a  Lidia: con el cuello doblado y la gorra sobre una oreja la mujer  se movía un poco cuando el vehículo pasaba sobre algún pequeño bache. Despierta, Lidia irradiaba vitalidad a  su alrededor; viéndola dormida, el húngaro sintió la fortaleza serena  de la mulata. Estuvo tentado de  tocarla pero se abstuvo. Prefirió mirar por la ventana el paisaje que corría. Por encima de la cabeza del conductor Ladislao contempló la sucesión inacabable de postes del alumbrado. Se dejó llevar por las impresiones que provocaban los árboles, las lomas, las casitas dispersas. En su cabeza solo había  pensamientos encadenados, lineales, como si fueran partes de una cremallera con movimiento independiente.

Pero no eran independientes en realidad. Miraba los ranchos diseminados en las montanas, con techos de yaguas o de palmas tejidas. Después fijó los ojos en una camioneta llena de jornaleros de caras fatigadas. Llevaban camisas  sucias, manchadas de lodo y sudor; casi todos las tenían desabotonadas. ¿Será para refrescarse?  El calor del sol tropical calcina la  cabeza, pensó  Ladislao. Algunos  van silenciosos; otros parece que gritan piropos procaces a las campesinas paradas al borde del camino. En un recodo de la carretera Ladislao llegó a pensar que iban cantando. Pero no los pudo escuchar con claridad por el ruido del motor; tal vez la brisa deformó o arrastró las voces. ¡Qué dura es la  vida en estas islas de las Antillas!  ¡Y cuánta pobreza hay en los poblados, en los campos con cultivos organizados!

Ladislao levantó el brazo y agarró una libreta que había dejado en la red del autobús mientras hablaba con Lidia. Sacó un bolígrafo  americano barato y comenzó a  escribir: “La explotación de mano de obra esclava, comenzó en la isla de Santo Domingo y concluyó en la de Cuba. El primer embarque de esclavos arribó a Santo Domingo en 1510. (Confirmar la  fecha exacta en los archivos de la Unidad). El último barco negrero parece que fue recibido en La Habana en          1876. (Pedir al historiador de la ciudad los datos precisos). Tres siglos y medio de abusos han marcado estos pueblos con hierro candente. Ni la revolución americana de 1776, ni la Revolución Francesa, en 1789, modificaron substancialmente las vidas  de los esclavos africanos en este archipiélago. En Cartagena de Indias los esclavos viejos, y los enfermos de lepra, eran sumergidos  en la Bahía de las Animas para  alimentar a los tiburones. En la época colonial ataban piedras a los cuerpos de estos desdichados antes de echarlos al  mar.    Enese periodo, unos diez y seis millones de hombres fueron trasladados, a la fuerza, desde el África a distintos lugares de América. En la travesía morían cuatro de cada diez cautivos. En Haití operó una suerte de “selección natural”, como  se  dice en lenguaje darwiniano; los sobrevivientes del viaje entraban a trabajar en cuadrillas en las  plantaciones. Tres de ellos morían en los primeros meses de “adaptación” a las nuevas condiciones de trabajo”. Solo quedaban vivos los más fuertes”.

“En las plantaciones se obligaba  a los esclavos a trabajar en cuadrillas, bajo latigazos,  para “aumentar el rendimiento de los grupos”.  No lograban sobrepasar más de siete u ocho años de trabajo. Morían extenuados;  les sustituían rápidamente por otra camada de recién llegados, a los cuales sometían al mismo martirio. A Lidia le gusta mucho oír cantar a Louis Armstrong, el trompetista de Nueva Orleáns. Ella no sabe que en esa ciudad hubo un mercado de esclavos que se mantuvo activo más allá de mediados del siglo XIX. Hoy una avenida de esa ciudad lleva el nombre de Armstrong. Ese artista negro canta con voz gutural y salivosa, como si tuviese afectada las cuerdas vocales por el aguardiente o sufriera de rinitis.  Eso es lo que más atrae a los praguenses y a los vieneses. De tanto soplar el instrumento sus labios gruesos de esclavo adquirieron la forma de una boquilla de trompeta. El  éxito no le hizo olvidar que la esclavitud  fue abolida, en los Estados Unidos, en vida de su padre”.

“Los hijos y los nietos de los esclavos llevan en la piel el “estigma” de su origen. Los prejuicios tardan  siglos en disolverse. En 1968, cien años después de la  abolición, un blanco asesinó al predicador Martín Luther King. La lucha por los  derechos civiles de los ciudadanos negros de los Estados Unidos no  terminó con las decisiones políticas  de Lincoln; también ese presidente norteamericano fue víctima de los prejuicios de los blancos. Se ha estudiado la música afroantillana  desde muchas perspectivas culturales. Las notas musicales aglutinadas, los instrumentos, el ritmo, los estilos de composición, pueden examinarse con poca o ninguna  pasión. No así los asuntos sociales relacionados con las  razas, el mestizaje, la subordinación política o económica. Para la sociedad cubana, lo mismo que para los haitianos, estos asuntos  son  –  todavía hoy – heridas sangrantes”.  Camagüey, Cuba, 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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