La muñequita de carbón

La muñequita de carbón

En casa compartimos con una buena amiga, que nos visita a menudo. Es cariñosa y servicial.  Sabe las cosas que nos gustan y las prepara en su hora y punto. Aquí punto quiere decir que sabe cómo nos gusta la mezcla y otros ingredientes como las picaderas.

Asume y comparte las obligaciones del servicio y lo hace con agrado y espontaneidad. Si pide un refresco a la pulpería ella dice claramente lo que desea que le traigan. Si le cambian el pedido, cosa común en nuestro medio  (el pedido o mejor, el “traído”) reprocha al repartidor:

-Yo le pedí una Pepsi. No tienen que mandarme eso. Yo sé bien lo que pido. Lo dice sólo con carácter. Nada de aspavientos ni reproches enojosos.

Cuando el moto-empleado trata de convencerla, ella elegantemente,  da la espalda y dice: “Ya hablé”.

Es decir, no acepta nada diferente de lo que ha pedido.

Para los meses de la segunda mitad del año pasado de pronto se nos perdió. Se acercaron los días de navidad y cuando reapareció, hubo sorpresa para todos. Portaba una barriga enorme,  bien desarrollada.

Tan pronto llegué se sorprendieron y me dieron la nueva, con grande alboroto. Alguien, más sorprendido, sin hablar del aprecio que se le tiene, apreció la situación. Ella comprende y dio excusas por el abultado tropezón.

Explicó la vergüenza de presentarse embarazada.

Eso sí, sus muslitos, bien llenos, resaltan por el color oscuro del resto de su cuerpecito. Le preguntamos por el color del padre:

-Es negro, pero no tanto como su hija. Asimismo lo apuntó la madre.

-¿Y a quién sale?

La primeriza responde rápidamente:

-No, mi madre es clara. El que es retinto, retinto, es mi papá.

-¡Bien!, amiga del alma. Tú sabes que las queremos mucho, a ti y a tu retoño. Comprendemos y somos solidarios del aporte de tu noble vientre.

No obstante, aquí bautizaremos tu producto, con los mejores sentimientos del pleno de la familia:

-¡La muñequita de Carbón!

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