“La música de la vida”, de Ramón Antonio Jiménez

“La música de la vida”, de Ramón Antonio Jiménez

El poeta interiorista, francomacorisano y profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo nos incita a la lectura con texto “La música de la vida”. La angustia y desesperación que su poesía anterior despliega se siente apaciguada por nuevos poemas cargados de la luz de la armonía y así afirma:

“De amor me abismo en mi circulo”

Su obra nos muestra un ser renovado que ha encontrado las respuestas a sus preguntas más angustiantes. Jiménez canta a la rosa de fuego, al sosiego, al día que se inicia, al encuentro con la redondez del todo, al viaje sin fatiga, al amor en su esplendor, al silencio sonoro y al reconocimiento del yo propio como el yo de todos. Y así, en “Cuando llama el origen” nos declara:

He oído/ desde la savia del árbol/ decir mi nombre/ mi otra voz/ que ya no recuerdo/ mi otra forma/ en los anaqueles de la memoria.
el abuelo de mis días/ la cerrada muchedumbre/ que nunca duerme.
Pero como en el péndulo de Foucault la inalterabilidad de las oscilaciones se produce en el hombre, oculto en el templo de la materia. Y así, con frecuencia el ser humano vuelve su mirada hacia el pasado que lo abruma como si necesitara sufrir para confirmar su entendimiento. Entonces, Ramón Antonio Jiménez nos expresa su sentir con los siguientes versos:

El débil atavió/ de sal y humedad son invencibles/ cuando hay en su fortaleza/ un egoísmo/ creciendo hacia su miedo.

Acto seguido, echando una mirada a lo transitado reconoce que la muerte se repite una y otra vez en este mundo de historias sin fin:
Hay fantasmas que se extravían en su propia tristeza/ desandan en la vieja casa/ entre los armarios y los corredores/ buscando ser vistos para sentirse el cuerpo. / Hay fantasmas que en su vigilia/ están sin latidos/ sin llanto posible/ para llorar su otra muerte.

Gran parte de sus poemas manifiestan la unidad del espacio y el tiempo en el cual la vida y muerte se convierten en un mismo acaecer. Cuando se está indistintamente de este o el otro lado de la ribera. Recreando la mitología griega y rememorando las dos orillas en el cual Caronte, barquero del Hades (mundo de los muertos) guiaba las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del rio Aqueronte, el autor entona:

“Algo me digo/ desde el otro lado/ A veces/ me escucho/ llamándome/ haciendo señales/ para que me pueda ver/ es la muchedumbre/ que soy en esta ribera. / Me digo un silencio/ para escucharme/ Me voy orillando/ enamorado/ del que soy del otro lado.”

José Antonio Jiménez, en esta poesía de su madurez, muestra un ser en paz con la existencia, sereno en el mundo de la armonía de aquel que se acerca a la rosa blanca de las alturas. Su estilo definido lleva un ritmo de movimientos breves con versos acortados de tono íntimo. No hay pesadez, se trata de un tempo rápido en un “alegro andante”. A paso acelerado las palabras van de lo metafísico a lo místico provocando sensaciones de una intensidad en ascenso como para no perder las ideas que la memoria frágil custodia.

La voz del autor dominicano nos introduce al mundo de la escucha sensible de palabras engendradas con la sustancia de la naturaleza misma y del alma humana al servicio de lo inmanente. El registro de Jiménez revela de forma clara su cosmovisión y aunque se destaca, principalmente, a través de sus poemas logra, además, expresarse con pleno dominio en la narrativa. En su conjunto, son estas características las que sirven para marcar, junto a su modulación y cadencia, su original modo de expresarse.

En este texto el color de su lengua danza desde el ritmo de las vivas tonalidades del trópico paradisíaco y mágico al denso gris del pasado que se acerca a la oscuridad absoluta del desaliento.

La poesía de este autor muestra su anhelo de unirse a lo divino. Su poesía primordial, densa y radical con frecuencia se apodera de una fuerza desgarrante. Lo propio es parte del lenguaje de los iniciados interioristas. Todos marcados por una pulsión que tiene la necesidad de expresar aquello oculto en la inconsciencia y que une al ser de carne y hueso con esferas superiores. Ese es el caso de la poesía de Jose Enrique García, Fausto Leonardo, Tulio Cordero, Pedro Gris, Noé Zayas, Carmen Pérez, Sélvido Candelaria, Jaime Tatem Brache, Guillermo Pérez y Teodoro Rubio, entre otros.

Esta obra poética de Ramón Antonio Jiménez deja al descubierto una sensibilidad contemplativa e intuitiva que le permite captar la esencia y el sentido de la naturaleza en su doble vertiente física y espiritual. Su palabra sirve de medio entre ambos mundos. En su quehacer escritural vive sus experiencias ceñido al mundo de lo transcendente y percibe la belleza del universo a través del mundo de lo divino.

El símbolo se advierte en su obra para mostrarnos lo inmutable que se oculta en lo cotidiano, la belleza sublime que no se puede explicar sino sentir y las grandes verdades que hacen innecesaria la abundancia de la palabra y las explicaciones porque nos conecta con lo más profundo. Y es que el ser humano entiende el mundo simbólico aun sin saberlo de forma consciente.

Y recordando a Rilke…, Jiménez logra transformando los obstáculos que le presenta la realidad exponer lo impenetrable de forma transparente y llenarnos de emoción.

Bruno Rosario Candelier sobre la obra del autor nos manifiesta: “El reto estético que se aprecia en la lírica de Jiménez es el de entrelazar lo imaginario y lo transcendente con los procedimientos literarios de dos mundos de ficción diferentes (la intuición, la memoria, la alucinación, la imaginación y el sueño). Técnicamente parece imposible, pero los poetas cuentan con un demiurgo que hace milagros con la palabra creadora.

Finalmente, Ramón Antonio Jiménez nos recrea antes del cierre del texto con una selección de cuentos y micro cuentos. He elegido para presentarles dos de sus micro cuentos por su contenido incisivo, directo y sorprendente; sondeemos el primero,
Huyó ileso, pero no pudo evitar que su sombra se turbara y quedara allí atrapada.

Al día siguiente fue encontrado su cuerpo. Y era evidente que había sido destrozado por un feroz animal.

Terminemos con el titulado “Tarde en la noche” donde el autor escribe:

Madre, lo que más me molesta no es estar aquí en la cárcel, sino que no me hayas dicho antes que ese hombre que huyó por la ventana, al cual asesiné al confundirlo con un ladrón, era mi padre.

Notas:

Rilke, M.R. (1997) Cartas del vivir. Barcelona, Obelisco.
Rosario Candelier, B. (2011). La lírica metafísica- la conciencia trascendente en la poesía dominicana. Santo Domingo. Ateneo Insular.

Jiménez, R. (2014). La música de la vida-Media Antología personal-.San Francisco de Macorís. Academia Dominicana de la Lengua. PP 37, 178, 288, 299.

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