Las expectativas sembradas en torno a la llegada al país de las vacunas para enfrentar la pandemia desbordó el buen ánimo de la ciudadanía, que expectante, aguardó la panacea para enfrentar una pandemia que nos atemoriza y lentamente va arropando todos los componentes de la colectividad en todos sus estamentos, desde los más humildes, hasta los más poderosos.
El Gobierno dominicano no perdió tiempo ordenando las vacunas disponibles en el mercado con esperanza de que llegarían oportunamente para atender a la población. Pero tal cosa no se cumplió y las autoridades pasaron vergüenza anunciando su llegada y la misma se materializó el pasado lunes en la noche después de la zozobra ya que muchos han optado por buscar su protección ya sea en Puerto Rico o la Florida.
El dominicano, como ciudadano tan poco disciplinado y que no tiene entre sus virtudes la paciencia y esperar disciplinadamente el turno para vacunarse, hace prever que el desorden clásico en el molote de nuestra inconducta, explotará en las filas de vacunación y más que los voluntarios vacunadores no darán abasto frente a una avalancha de ciudadanos que querrán estar en primera línea en base a ser los más belicosos o que pretenderán utilizar sus enllaves para violentar los turnos.
El martes en la mañana se iniciaron las vacunaciones en el hospital Ramón de Lara, después del desajuste inicial, fue necesario esperar que las aguas retornaran a la normalidad. Y ya con los ánimos apaciguados, y como existe el convencimiento de que la vacuna alcanzará para todo el mundo, ha surgido una espera tensa para que la gente espere su turno, sin las posibilidades de verse agredidos por esa desesperación que marca la compostura de las masas dominicanas sujetas a la violencia innata que a flor de piel provoca tantas agresiones y muchas veces lleva hasta el luto a familias atrapadas en una turba de equívocos e impaciencias con el sello de la desesperación.
Hay vacunas suficientes para todos los dominicanos que deseen vacunarse y hasta una colita para los vecinos occidentales, en especial los que residen legalmente en el país en sus enclaves tradicionales de la provincia La Altagracia.
Somos un pueblo cada vez menos educado e impulsado por la desesperación de ser el primero, no importando que se arrolle a quien precede y esperaba su turno con tranquilidad.
La impaciencia de seguro que provocarán muchas historias, que luego por lo general se toman como chiste. Es parte del folklore de la educación insensata de nuestros conciudadanos negados en todo a ser respetuosos y observar las reglas de buena conducta y de comportamiento mesurado ante los derechos de los semejantes.
Parece ser que con la fecha de recepción de las vacunas el Gobierno partió de ligero y se precipitó a hacer anuncios de la llegada de la vacuna cuando ni siquiera se había procesado en su país de origen. Ahora ya llegó el primer embarque de las vacunas y sucesivamente continuarán llegando embarques en las fechas de la probable llegada al país en las próximas semanas con lo cual se aumentan las angustias por tantas promesas que se había esparcido de la bondad de las vacunas para enfrentar la pandemia con una efectividad que alcanza hasta el 90%.
Las autoridades sanitarias han plasmado en el papel un programa ideal de aplicación de la vacuna con cada sector vulnerable y segmentado según la importancia de sus trabajos o la gravedad de sus dolencias. Esto parece digno de una sociedad más allá de las limitaciones de la preparación intelectual de los componentes sociales de nuestra sociedad. En muchos países se está demostrando que en la práctica no resulta como en la teoría y se necesita llevar a cabo reprogramaciones para ajustarse a la realidad de cada sociedad. Así se está evitando un colapso de un programa urgente de frenar a como dé lugar la propagación de un virus similar pero más letal al que cubrió el planeta en 1918.
El país, por primera vez en mucho tiempo, aparentemente aguarda con calma expectante el momento en que las vacunas han comenzado a aplicarse en el país, lo cual podrá desatar una estampida para pasar por encima de los protocolos de vacunación, a menos que se lleve a cabo un lavado mental a la población a esperar su turno. Las vacunas no se acabarán, ya que también deberán extenderse en su aplicación al vecino país, cuyas dosis deben aplicarse en su territorio sin permitir un trasiego masivo de haitianos aun a cuenta que solo vienen a vacunarse para luego retornar a su nación. No hay forma civilizada de controlar el retorno de los haitianos o que no acepten como vacunadores a dominicanos temiendo que le inoculen una vacuna dañada.