En la historia republicana de los pasados 169 años, la nación dominicana no se había visto sumergida, casi al borde de ahogamiento cívico, en los pasados 17 años en el pantano inmundo de las marrullerías provocadas por los políticos para enriquecerse cada vez más, mientras la población ve mermados sus recursos, y la calidad de vida se les reduce.
A nombre de captar de cualquier manera recursos, los gobiernos le han aplicado al país varias reformas fiscales, que no se han convertido en mejoría de la calidad de vida, sino que ha sido una escalada del empobrecimiento con aumento de todo lo que se consume.
Desde 1996, el fisco ha ido engordando progresivamente, a la par que más enriquecimiento personal registran los funcionarios con recaudaciones cada vez mayores, mientras los servicios del Estado a la ciudadanía, con tanto dinero en manos, no experimentan mejoría, y por el contrario, son cada vez más deficientes y precarios como ocurre con los hospitales, con la energía eléctrica, seguridad social, violencia incitada por el Estado y acueductos.
Ese engorde robusto del fisco, que ha elevado las recaudaciones a niveles nunca antes imaginados, ha propiciado el surgimiento de una nueva casta de prósperos funcionarios, que al decir de algunos de ellos, sus fortunas compiten con algunas de la de los señores de la alta empresa y ricos desde hace algunas generaciones.
Las torturas al pueblo sumiso, que acepta el empobrecimiento de sus hogares con resignación, han ido en aumento con cada reforma fiscal, que como excusa alegan los gobiernos que son para sus programas sociales de rescate de la pobreza de millones de ciudadanos, afianzando el Estado paternalista adoptado por los regímenes latinoamericanos de los últimos años, para asegurar estabilidad sin perjudicar su sostenimiento en el poder.
Entonces, los políticos en el poder, con ese origen tan peculiar de muchos de ellos en Dominicana, tienen su oportunidad de oro para modificar por completo sus orígenes de pobreza, de resentimientos, rencores, calamidades y limitaciones, de manera tal que en menos de dos años exhiben un tren de vida ostentoso, que es unabofetada ante el empobrecimiento creciente de la clase media, agobiada por los impuestos de las reformas fiscales.
Los impuestos van asfixiando a las principales víctimas, que son el núcleo de la clase media de ingresos fijos, por ser empleados que no pueden rehuirlos y están condenados a un estilo de consumo conformado en torno al gasto, a veces innecesario, más bien para una ostentación que ahora se le ha reducido, como se refleja en la disminución de las ventas a todos los niveles. Ya los empresarios han externado sus temores ante un deterioro notable de la demanda, y en consecuencia, se registran menos ingresos al fisco. Ya sonó la alarma del pánico y de ahí la inyección de nueve mil millones de pesos para obras de capital, que adecuadamente aplicada impactará positivamente en la economía.
La burocracia, con tanto poder, apabulla a la población con una prepotencia cuya ostentación máxima es la de los numerosos guarda-espaldas, contrario al proceder del actual presidente, uso de jeepetas de lujo adquiridas con los exiguos recursos del Estado, asignación de ayudantes pagados por cajas chicas y atraerse a numerosos comunicadores que integran una corte de bocinas que le conforma una imagen pública de supuesta eficiencia y de arduo trabajo, a la vez, saben ocultar, con el eufemismo de trabajos por administración, a los contratos grado a grado.
Somos prisioneros de una clase sin escrúpulos, cuyo objetivo es sacarle la mayor cantidad de beneficios del cargo al cual fueron a parar, por el agradecimiento del presidente de turno a nombre de su activismo y lealtad a su proyecto político, de manera que puedan resarcirse rápidamente de esos tiempos de estrecheces cuando iban jalando aire y andaban en chancletas.