La natación y sus practicantes han inspirado a grandes poetas

La natación y sus practicantes han inspirado a grandes poetas

Entre los destacados escritores de la lengua castellana en cuyas obras el deporte encontró un espacio, se destaca el poeta y ensayista Pedro Salinas, integrante de una élite que en su inspiración creadora tuvo inclinación por el agua, el mar y la natación, una de las disciplinas que ofrece mayores aportes a la salud, la recreación y a la vertiente competitiva.
El texto poético “Nadadora de Noche”, de Salinas, por su calidad y belleza es digno de los mejores elogios y está al mismo nivel de otros célebres autores de su generación que escribieron sobre el tema: Rafael Alberti (Nadadora), Jorge Guillén (Nadadoras), Miguel Hernández (Bella y Marítima), Gerardo Diego (El Salto). Posteriormente siguieron la ruta Luis García Montero (Nadadora del Norte con familia y poeta), Francisco Brines (El Nadador) y Carlos Bousoño Nadadores saltando al mar).
El escritor y académico nació en Madrid en 1891 y falleció en Boston, Estados Unidos en 1951; tuvo una intensa labor intelectual en diversos escenarios y países, que se inició al conseguir una cátedra en la Universidad de Sevilla hasta 1929. Tras solicitar una lectoría en la Universidad de Cambridge, de regreso a su país publica su primer poemario, Presagios. Entre 1928 y 1936, se integró a las actividades de la Institución Libre de Enseñanza, a través del Centro de Estudios Históricos; se encargó entre diversas tareas de la Sección de Literatura Moderna y la organización de la Universidad de Verano de Santander.
Se encontraba en Santander cuando le sorprendió el golpe de Estado que daría paso a la Guerra Civil Española, lo que lo empujó a tomar el exilio, trasladándose a Francia y luego a los Estados Unidos, donde consiguió trabajo en la Universidad Johns Hopkins y luego se trasladó a la Universidad de Puerto Rico, donde descansan sus restos mortales.
Salinas está definido por la crítica como el poeta del amor de la Generación del 27, con influencia en la etapa inicial de Juan Ramón Jiménez; en su etapa de plenitud cultivó un estilo más propio y escribe una trilogía amorosa que realza su talento poético: La voz de ti debida, Razón de amor y Largo Lamento. También produce Todo más claro, error de cálculo y Fábula y signo. Se caracteriza por el verso corto y renuncia a la rima.
Incursiona en la prosa con el libro Vísperas del gozo, y sobresale por sus ensayos: Literatura española, Jorge Manrique y la poesía de Rubén Darío. En el teatro produce: El dictador, El parecido, La Bella durmiente y La isla del tesoro, entre otras.
Ahora centrémonos en su poema Nadadora de noche.
Nadadora de noche, nadadora
entre olas y tinieblas.
Brazos blancos hundiéndose, nacido,
con un ritmo
Regido por designios ignorados,
avanzas
Contra la doble resistencia sorda
de oscuridad y mar, de mundo oscuro.
Al naufragar el día,
tú, pasajera
de travesías por abril y mayo,
te quisiste salvar, te estás salvando,
de la resignación, no de la muerte.
Se te rompen las olas, desbravadas,
hecho su asombro espuma,
arrepentidas ya de su milicia,
cuando tú las ofreces, como un pacto,
tu fuerte pecho virgen.
Se te rompen
las densas ondas anchas de la noche
contra ese afán de claridad que buscas,
brazada por brazada, y que levanta
un espumar altísimo en el cielo;
espumas de luceros, sí, de estrellas,
que te salpica el rostro
con un tumulto de constelaciones,
de mundos. Desafía
mares de siglos, siglos de tinieblas,
tu inocencia desnuda.
Y el rítmico ejercicio de tu cuerpo
soporta, empuja, salva
mucho más que tu carne.
Así tu triunfo tu fin será, y al cabo, traspasadas el mar, la noche, las conformidades,
del otro lado ya del mundo negro,
en la playa del día que alborea,
morirás en la aurora que ganaste.

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