La naturaleza, el tiempo y la historia

La naturaleza, el tiempo y la historia

El hombre siempre ha vivido en una constante tentativa por conquistar el futuro, y por eso se lanza contra la historia con sus acciones: en la política, la ciencia, el arte o la tecnología. Pero ese futuro que el hombre anhela, una vez que lo tiene cerca, se le deshace. La búsqueda del futuro es, en efecto, una forma de alcanzar el progreso. Todo hombre anhela y sueña con el progreso porque representa un avance en su vida. La vía de buscar el futuro no es más que el ideal de volver al primer hombre, al ser primordial, adánico, a ese primitivo que llevamos en nuestro interior, cada vez que intentamos conquistar el tiempo, y huir del presente.
La idea del fin del mundo es cristiana: se disipó con el Renacimiento, cuando el espacio de Dios fue ocupado por el hombre. Con la modernidad, ese ideal humanista se fortaleció. Este concepto bíblico del fin de la vida terrenal se atenuó con el Humanismo Renacentista, cuando el hombre tuvo la convicción de la infinitud del mundo, del universo, del hombre y del progreso, y que somos seres que estaremos en la tierra como habitantes eternos. Sin embargo, de pronto descubrimos que podemos aniquilar el futuro y el progreso del planeta, con la deforestación, las guerras, las masacres suicidas, la explosión demográfica, las armas químicas, las devastaciones del espacio atmosférico, la destrucción de la capa de ozono, las epidemias, etc. La meta es alcanzar la armonía universal con el cosmos y lograr la paz perpetua en la tierra, pero ha de ser a través de lo que el Dalai Lama llama “la compasión universal”. Para el teólogo suizo Hans Kung, la paz en el mundo solo se logrará, en cambio, cuando haya paz entre las religiones, y eso no se vislumbra por ahora. Para el sabio tibetano, la compasión es más que la piedad; es un “sentimiento de proximidad que se experimenta hacia alguien, pero que es una compasión parcial, pues la verdadera compasión que necesita el hombre es la “que se ejerce con total naturalidad hacia los seres allegados, que debe ser universal”. Para que haya una “compasión auténtica tiene que haber un compromiso, un respeto hacia el prójimo, e incluso un sentimiento de responsabilidad hacia su bienestar, su felicidad, su realización”. Para alcanzar un estado espiritual de compasión hacia el otro debemos ejercitar nuestro espíritu, a fin de lograr la paz interior, que es la base de la paz universal. Pero ese estado de compasión casi siempre es consustancial a todas las religiones, en especial al budismo y al cristianismo, no así al Islam.
En Platón, el origen del conocimiento reside en la armonía de los elementos del cosmos. Si escribió la obra La República es porque creía que la sociedad estaba mal hecha, que debía cambiar para progresar, y que, por tanto, había que regirla con la acción, la razón y la contemplación del mundo. De ahí el germen y la raíz de los males sociales. Y todo viene porque el hombre moderno ha querido dominar la naturaleza y explotarla, no temerle y amarla, como hacía el hombre antiguo. Para reconquistar el futuro y cambiar la visión del progreso debemos restituir a la naturaleza su poder y su esencia. No domeñarla sino restaurarle su equilibrio. Matrimoniarnos con ella. Erradicar la idea de dominarla. No tratarla como un objeto sino venerarla y adorarla como lo hacían los primitivos. Sabemos que todo lo que tiene un inicio tiene un fin, pero no sabemos cuándo será el fin del planeta ni del universo. Es decir, no sabemos con exactitud cuándo será el fin. Solo sabemos que vivimos un nuevo espíritu epocal, y en un planeta prestado, en vía de extinción por las heridas infringidas por el hombre.
Debemos reivindicar la idea de la convivencia con la naturaleza, valorando los ríos y las montañas, los mares y los bosques. En esta actitud reside, acaso, una filosofía de la naturaleza o una filosofía ecológica del mundo. Y volver a contemplar el universo y a llevar a cabo una práctica ancestral en desuso y que hemos perdido: mirar por las noches el cielo estrellado y contemplar, embelesados, la luna y la maravilla de su luz, dialogar con el espacio celeste, con sus astros y sus satélites. Este ritual de la vida cotidiana cura el espíritu, y es un remedio contra la angustia de la vida citadina para así recobrar la armonía con el universo, restituir la energía cósmica y ponerla al servicio de nuestro cuerpo y de nuestra mente despierta.
Debemos convertir, en efecto, nuestra idolatría por la tecnología y la industria en fuerza para revertirla hacia la naturaleza, madre del arte y la ciencia. Asumir la convicción de que el futuro está en el presente. Que debemos sembrar este presente con las semillas de nuestra realidad, no con el culto irracional a las máquinas y las tecnologías, que provocarán más náufragos que navegantes. Desde Marx se creyó que había que conquistar el futuro, como toda utopía, para poder transformar el mundo, a través de la acción, de la revolución, en tanto meta civilizatoria; es decir: industrializar la sociedad y llegar rápido al progreso material, como vía de renovación y transformación en la calidad de vida de las personas. Pero Marx olvidó la contemplación que el hombre necesita para alimentar sus sueños y su espíritu, como base para transformar el mundo. Y olvidó, además, que esa transformación es individual, no colectiva, pues es imposible lograr la horizontalidad social universal. Olvidó, en síntesis, el sabio alemán, que la contemplación (tan cara al budismo) no es un olvido del mundo sino una manera de cambiar el entorno. También olvidó la vida misma, sin la cual no es posible transformar la sociedad humana. Y ahí estuvo claro Rimbaud.
Debemos abogar por el progreso, pero también por el regreso a nuestros orígenes como forma de alcanzar la sabiduría necesaria para reencausar nuestras vidas y nuestro destino telúrico. La crítica de Marx a los filósofos que solo se habían limitado a contemplar el mundo y no a transformarlo, contenida en su Once tesis filosóficas sobre Feuerbach, se volvió una falacia utópica de la historia. La idea de Rimbaud de que debemos “cambiar la vida” ha tenido más poder de convicción y potencia iluminadora. Lo dijo el vidente poeta francés cuando nos indujo -o reclamó- a contemplar la vida, a cambiar el estilo de vida, no a transformar la sociedad. Y lo afirmó, no un economista y filósofo como Marx, sino un poeta precoz, que abjuró temprano de la poesía para volverse el alquimista vidente del mundo.

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