La Navidad

La Navidad

LUIS ACOSTA MORETA
En medio de una sociedad convulsionada, por una crisis económica que ha tocado a todo el tejido social, y una ola de delincuencia que ha traspasado los límites, nos aprestamos a celebrar el nacimiento del hijo de Dios hecho hombre. Sin embargo, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en la bulla, en la glotonería, y en las exterioridades de adornos que embellecen cosas y alegran el ambiente, sin dar paso a la reflexión profunda de lo que significó y sigue significando para la humanidad tan trascendental acontecimiento, como fue el nacimiento del hijo de Dios.

Acontecimiento éste tan trascendental, que no solo dividió la historia de la humanidad en dos; un antes de cristo (a.c.) y un después (d.c.), sino que cambió con el cristianismo la concepción que el hombre tenía de Dios. Ya no se ve a Dios, como el todopoderoso que está allá arriba acechándonos para castigarnos en cualquier momento que fallemos, sino que con el nacimiento de Jesucristo, se produjo un acercamiento entre Dios y el hombre. El cristianismo nos ha enseñado que nuestro Dios es un Dios de amor. Hay ya una interrelación entre Dios y el hombre.

Pero, ¿a qué viene toda esta reflexión? Viene precisamente en un momento de nuestra historia, donde nos encontramos enredados en nuestras propias redes. El hombre de hoy, motorizado por una sociedad de consumo y por unos falsos valores del tener cosas, ha cometido el pecado de olvidarse de que él es un ser para con el otro; se ha olvidado de que él como ser humano se realizará en la medida en que permita la interrelación con los demás.

En otras palabras, nos hemos creído que poseyendo cosas y más cosas, alcanzaremos la felicidad. Pero en la práctica eso no es verdad. Tener carros, celulares, casas, cuentas bancarias, yates, etc., no es suficiente para hacernos felices, sobre todo cuando dichas adquisiciones se logran por la vía fácil, como serían la corrupción, las drogas, entre otras.

Cada uno desde su posición, desde su status, debe preguntarse: ¿Estoy yo atrapado por esta corriente donde la escala de valores se ha invertido? ¿He ordenado mi vida en función a cosas y no en función a los otros seres humanos, que el cristianismo me ha enseñado que son mis hermanos?

Estas interrogantes parecerían simples, pero no lo son. El hombre como tal está llamado a vivir en sociedad, a compartir con los otros, a pensar en los otros. Cuando atrapado por todos esos falsos valores, nos apartamos de esos principios, comenzamos a cosechar precisamente eso que hoy tenemos en nuestra sociedad, como es el aumento de la delincuencia, aumento de la corrupción, la proliferación de las drogas, el desmembramiento del tejido social más preciado como lo es la familia (divorcios por doquier), el fomento del individualismo, entre otros males que no solo dan al traste con la libertad, sino con la vida misma de todos (como ser social) y cada uno (como ser individual).

La descomposición de la sociedad ha llegado a tal magnitud, que hoy, tanto usted, como yo, sentimos miedo cuando por necesidad y/o recreación decidimos salir a las calles. La cultura de la sospecha, de un pueblo que ha sido engañado por siglos, por quienes los han dirigidos, señalan a todos los funcionarios, buenos y malos, con el índice acusador. Todas estas realidades han generado una desconfianza en la mayoría de la población, hacia los dirigentes políticos, instituciones, etc., que nos podría tomar décadas recuperar la misma.

Es propicia la ocasión en donde en esta época navideña, que se conmemora el nacimiento del hijo de Dios, cada uno, desde su posición se pregunte, ¿qué puedo yo aportar para cambiar el curso de esas realidades expuestas anteriormente? Que el legislador, legisle pensando más en el bien común que en el bien particular y grupal; Que el secretario de Estado y/o Director General, maximice y administre con pulcritud, los recursos que les son asignados a su cartera; Que el empleado público y/o privado cumpla con su deber; Que el juez imparta justicia sin distinción de clase social; Que el empresario sea capaz de trazar una raya que le permita detenerse en el momento en que es invadido por esos instintos de ganar desmedidamente; Que el importador no se deje tentar por esa práctica de la evasión de impuestos; Que el comerciante no se convierta en egoísta, sin importarle la suerte de la población, sobre todo de los más pobres.

En fin, pudiéramos hacer una lista interminable de propósitos, pero el espacio es limitado. Lo que sí quisiera terminar reflexionando es que con el nacimiento de Jesús el hijo de Dios, entre tantos aportes quisiera resaltar estos dos: 1ro. Que el hombre como tal, está llamado a convivir en comunidad. Y eso implica que nuestras actuaciones deben estar en función de los otros y no en función de la adquisición de cosas. Las cosas deben ser vistas y obtenidas en tanto cuanto nos sirvan para desarrollarnos como seres humanos y nos permitan acercarnos a los otros para compartir lo que somos y lo que tenemos. 2do. Con el nacimiento de Jesús, la posibilidad de cambiar tanto en el orden individual como social es inagotable. Resurge una nueva esperanza en medio de toda aquella podredumbre de la época.

En conclusión, si es verdad que estamos viviendo en medio de una crisis económica nunca vista en nuestra historia y con una descomposición social peligrosa, también es verdad que hay una esperanza de que podemos recuperarnos. Estoy convencido de que así sucederá.

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