La Navidad está en ti

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En la Navidad, la humanidad celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, su único Salvador, quien ha divido su historia en un antes y un después de su nacimiento.

POR LEONOR MARÍA ASILIS E.
Cuenta la historia en una Nochebuena fría, que una ciudad se vistió de gala porque fue anunciado por un heraldo que el Niño Cristo recorrería las calles de la ciudad transformando las almas de todos los que lo recibieran con el espíritu debido y brindando bendiciones sin precio a quienes tuvieran el privilegio de hablar con Él.

Todo el mundo salió a las calles: pobres, ricos, ancianos, niños, hasta un sacerdote que elevaba una cruz al cielo y el rey, que iba acompañado de una corte magnífica.

También un muchacho llamado Luis, bondadoso e intrépido, salió de su hogar diciendo a su madre: “Aunque tenga que caminar toda la noche, veré al Niño Jesús y regresaré cuando haya conseguido una bendición de Él para ti y para mí.” Su madre lo despidió con un beso y le dijo: “Ve, hijo mío, pero que tu alegría no se marchite si no te encuentras con Él porque en la búsqueda misma ya hay una bendición.”

Era tan grande la multitud y la conmoción que todos con el deseo de llegar a los primeros lugares para ver pasar al Niño Jesús, procedieron con rudeza, pisoteando al cojo, empujando sin misericordia al mendigo que temblaba de frío, y sacaron a los niños del lugar que habían escogido para mirar. Luis, aún temiendo que el Niño Jesús pasara sin que él pudiera verle por estar atareado, ayudó al cojo a levantarse y lo llevó a un lugar seguro. Al mendigo le prestó su abrigo y consoló a los niños que lloraban por la rudeza de los mayores.

Apareció también un niño harapiento que imploraba un pedazo de pan porque tenía mucha hambre pero nadie le hizo caso. El rey ordenó que sacaran de su camino al harapiento, mientras recogía sus vestiduras reales. El sacerdote apenas le dirigió una mirada bondadosa al niño.

Luis temblaba de frío, pero olvidándose de su propia necesidad, corrió al lado del niño que pedía pan, lo invitó a compartir con él el pobre abrigo de una puerta donde se había acurrucado y con la palabra cargada de bondad le dijo: “Hace frío y he prestado mi abrigo; de no ser así, podríamos compartirlo ahora. El pan está duro, pero es todo lo que tengo; y lo cierto es que cuando uno espera al Niño Jesús y anhela su bendición, no se sienten ni el hambre ni el frío.”

Y sucedió que cuando el harapiento quebró el pan para compartirlo con Luis, su rostro se glorificó y Luis, maravillado, comprendió que era el Niño Cristo quien estaba delante de él y cayó de rodillas, adorándolo.

Con este lindo relato podemos comprender lo que dijo en la Navidad de 1955 el famoso italiano convertido Giovanni Papini: «Por mil veces que naciera Cristo en Belén / Si en ti no nace estás perdido por la eternidad». Se preguntaba cómo podía suceder este nacimiento interior y la respuesta que dio fue la siguiente:

«Este milagro nuevo no es imposible a condición de que sea deseado y esperado. El día en que no sientas un punto de amargura y de envidia ante el gozo del enemigo o del amigo, alégrate porque es signo de que el nacimiento está próximo… El día en que sientas la necesidad de llevar un poco de alegría a quien está triste y el impulso de aliviar el dolor o la miseria incluso de una sola criatura, permanece contento porque la llegada de Dios es inminente. Y si un día eres golpeado y perseguido por la desventura y pierdes salud y fuerza, hijos y amigos y tienes que soportar la torpeza, la malignidad y el frío de los cercanos y lejanos, pero a pesar de todo no te abandonas a lamentos ni blasfemias y aceptas con ánimo sereno tu destino, exulta y triunfa porque el portento que parecía imposible ha sucedido y el Salvador ya ha nacido en tu corazón».

En la Navidad, la humanidad celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, su único Salvador, quien ha divido su historia en un antes y un después de su nacimiento.

Quienes no son cristianos tal vez se pregunten quién es ese niño que celebran los cristianos con tanta solemnidad. A nosotros los cristianos nos toca responderles. No tan solo con palabras, sino con nuestra vida y testimonio de una alegría que desborde, que trascienda y toque a quienes nos rodee, porque nos nace el Salvador y se ha queda con nosotros porque nos ama y quiere transformarnos para nuestro bien, regalándonos el don precioso de la Paz.

 Leonor.asilis@verizon.net.do

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