Hace poco más de 2,000 años que una familia se completó en Belén de Judá, con la llegada de un hijo. Más importantemente, se inició el proceso de reconciliación entre Dios y la humanidad. Un proceso que no puede llevarse a cabo si no es mediante la familia: Padre y madre, y sus hijos procreados en amor y paz. Por ello, la Natividad o Navidad es una fiesta de la familia. Con el encargo de su hijo a José y María, Dios honró a los hombres y mujeres de todas las épocas. De ahí la declaración del ángel a la Virgen: ¡Bendita eres entre las mujeres! Y la declaración mediante la cual la humanidad, en la persona de María, acepta el encargo de realizar esa reconciliación para realizar el Plan del Creador: “Hágase en mi tu voluntad”.
Actualmente nos desbordan los embates contra la familia, como institución y como célula societal, producto de antiguas iniquidades sociales y espirituales, catalizadas por el capitalismo salvaje y una globalización atea, agnóstica, pragmatista. Más de un tercio de los hogares dominicanos carecen de un papá; y peor, no está claro cuántos de los hogares restantes tienen un papá que cumpla su rol.
Concomitantemente, poderosos movimientos cívico-políticos internacionales, procuran reivindicaciones, algunas sobradamente justas, pero suelen excederse en sus acciones contra los fundamentos morales de nuestra civilización.
Mantenemos importantes valores y tradiciones cristianas; esta festividad que conmemora y celebra el nacimiento de Jesús, es inmejorable ocasión para renovar el significado y el valor de la familia. Los nuevos tiempos traen fuertes y novedosos desafíos que nos exigen ser más creativos, y conviene que innovemos las celebraciones y toda nuestra expresividad afectiva y familiar. Como que hagamos reuniones festivas, no solo en Noche Buena, sino pequeñas y sencillas reuniones “de traje” (traje picadera, traje refrescos…). Lo esencial, sin embargo, es “traje alegría”, “traje perdón”, “traje bendiciones”. Cada convidado debe un detalle cariñoso, un jalao, una flor, para uno que otro contertulio, tipo los angelitos pero más espontáneo. Lleven una anécdota simpática, un recuerdo amoroso o un hecho honroso de un antepasado, un tío, o pariente significativo para la familia. Y díganles a los niños y adolescentes lo bueno que es tener familia, aunque no seamos perfectos. La juventud necesita saber y recordar esas cosas que dan identidad y unidad a la parentela. Yo contaría que mi padre nació en el Santo Cerro, el mayor centro académico y religioso del Cibao, y fue pupilo del Padre Fantino.
Sobre todo honremos al Señor, por agobiados que estemos; no nos dejemos arropar por congojas y añoranzas de lo que pudo haber sido y no fue. Somos dueños de nuestro presente y de lo que Dios otorga a los que le buscan y procuran honrarle. Durante todos estos días pidamos, demos mucho perdón; como las cotorras, quitémonos piojos, iras y desafectos. Visitemos a los vecinos, compartamos bienes y bendiciones materiales a los parientes y conocidos más pobres. Sobre todo, abrácense, bendíganse, bésense con besos santos y deséense unos a otros, todo lo mejor.