A pesar de los pesares hay que procurar un estado de felicidad interior. La Navidad nos brinda la mejor oportunidad para ensayar el bienestar aún en la adversidad, aún en un país carcomido por la corrupción, los escándalos, los homicidios y suicidios, la impunidad, la política corrompida y ejercida en su mayoría por negociantes a los que no les importa el bienestar del país, la violencia de género, la justicia corrupta y sometida a los políticos.
La felicidad es un estado emocional producto de un ejercicio consciente y de una decisión de encontrarla como existió en uno mismo, en otros tiempos. Siempre hay espacio para ella. Siempre hay motivo para hallarla y que ella se apodere de nosotros. Sé que es difícil sobreponerse. Lo sé por experiencia propia. No es fácil abstraerse a tantas ausencias de seres amados y a injusticias que se cometen contra los demás y contra uno mismo.
Sé que es difícil sobreponerse a la calumnia e infamia y a una sociedad empañada por la impunidad profunda y abundante y a la convicción de que el aparato judicial está destilando pus y de que tenemos pruebas abundantes para no confiar en su independencia ni en su honorabilidad.
Sé que es difícil por el desorden generalizado y el alza constante y sin control de los productos de primera necesidad.
Sé que es difícil en medio de asaltantes en cada esquina y de matones hasta por míseros pesos. Sé que es difícil por el cáncer, por el sida, por el lupus, por la esclerosis múltiple, por la diabetes.
Sé que es difícil por la miseria y la profunda desigualdad social; por el estado de indefensión en cómo se encuentra la gente de nuestros barrios marginados y de nuestros campos.
Sé que es difícil por la desesperanza que nos han sembrado en el tuétano de los huesos. Sé que es difícil por la incomprensión, por la traición, por la maldad, por la mentira, por la incoherencia y la doble moral sobreabundantes.
Sé que es difícil por el padecimiento de un ejercicio político en su mayoría antiético y pervertido, no lo niego. Sin embargo, es posible apelar a los afectos de tanta gente buena en nuestro alrededor.
Sé que es posible recordando los momentos de felicidad que hemos vivido en el trayecto de nuestra vida.
Sé que es posible acordándonos de las acciones valientes y los cariños de los que se fueron.
Sé que es posible albergando la esperanza de que lo que soñamos y no tenemos es viable, si lo trabajamos.
Sé que es posible por los amigos que tenemos, y sobre todo es posible, por nuestra familia.
Qué regalo tan grande es tener familia.
Qué maravilloso es tener un esposo o compañero y unos hijos buenos que amamos.
Qué bueno es tener hermanos y haberlos tenido.
Qué extraordinario es tener padres vivos o el recuerdo de los que se fueron.
Qué felicidad es junto a todo esto, reencontrarse con las navidades vividas, con sus olores, con sus canciones, sus frutas, sus encuentros, sus regalos, sus recuerdos, sus sonrisas y sus abrazos y besos.
Qué fortaleza es tener la convicción de que Dios existe, que está ahí, allí, aquí y que nunca estamos solos porque Él no nos abandona.
Disfrutemos la Navidad. Hay que hacerlo con nuestra familia, con nuestros amigos, con la gente que trabaja con nosotros. Demos sonrisas y a veces lágrimas y seamos sencillos y humanos. Olvidemos los oropeles y los gestos y seamos esos seres humanos convencidos de que vinimos por un tiempo corto a este espacio de vida, a vivir con honor, a dar amor y a dejar una huella limpia.