La necesidad de saltar muros

La necesidad de saltar muros

MARÍA VIÑAS
En estas últimas semanas, nos consterna la situación que se está viviendo en la frontera entre Marruecos y Melilla. La situación nos desborda a todos. Las autoridades y los gobiernos de los dos países van poniendo más y más alambrada… ¡Ya van por la tercera! Y a medida que se incrementan las cadenas de alambradas, son más y más las oleadas de personas que intentan cruzarlas. Se calcula que podría haber unos 1,700 hombres esperando su turno en el monte Gurugú, frente a la valla fronteriza. Hay “incursiones” de hasta setecientas personas; en la última, lograron pisar tierra española unas trescientas cincuenta.

Leo en un periódico que en Maghania (Argelia), a 160 kms de Melilla y a un paso de la frontera con Marruecos, se han contabilizado hasta 5,000 subsaharianos acampados en una colina de la ciudad. Allí se preparan para la última etapa de su sueño: llegar a Europa; ya sea en patera o saltando la alambrada en Melilla. Este campamento es como una pequeña ciudad con algo parecido a infraestructuras: mercado, vendedores de productos alimenticios, etc., y barriadas donde la gente se agrupa por nacionalidades y elige a sus representantes. Lo que más se vende en Maghania son teléfonos móviles. La comunicación se ha convertido en un elemento imprescindible para los inmigrantes. Con los móviles logran saber en todo momento lo que pasa a 160 kms, donde se encuentra su principal objetivo: la alambrada de Melilla.

Estos hombres que esperan en el monte Gurugú, o en la zona de Rostrogordo, o en cualquier punto frente a los kilómetros de alambrada, son personas que buscan lo mismo que busca cualquier ciudadano europeo: paz y prosperidad, felicidad, dar de comer a la familia, educación y formación, un hogar y un trabajo digno. ¿Hay algo en estos deseos que sea reprochable?

Durante siglos, Europa ha construido su bienestar a costa, entre otras cosas, de expoliar sistemáticamente a casi todos los países del continente africano, aquel que hoy llamamos “el olvidado”. Los africanos ven como una gran mayoría de países “desarrollados” construyen su bienestar pisoteando sus derechos, su dignidad y abortando sus posibilidades de desarrollo y progreso. Al que está sufriendo esto, no le  queda otra que gritar, gritar y gritar de manera impertinente, para que el que le está pisando se dé cuenta del daño que hace, y ojalá, cambie de actitud.

Los inmigrantes que esperan en la frontera de Melilla, los que esperan en las costas de Ceuta y en gran parte de Marruecos y Argelia, son la imagen viva de estos gritos, gritos insistentes de dolor que se dirigen a la vecina Europa, para que oiga y cambie de actitud.

La alambrada de Melilla no sólo es un obstáculo para los inmigrantes que miran a Europa, también es un gran obstáculo para que Europa pueda mirar a Africa. Yendo de Europa a Africa, hay una gran alambrada, también de muchas capas, y una alambrada que puede ser incluso más “mortal” que la que hoy se levanta entre la frontera de Marruecos y Melilla: son las alambradas que tantos europeos y europeas construyen en su interior. Una alambrada formada por prejuicios, resentimientos, miedos infundados, escandalosa comodidad, insolidaridad… Pero lo más peligroso de esta alambrada es que no se ve, pues está en nuestro interior, y vamos alimentando y va creciendo ante la mirada pasiva de cada uno de nosotros.

Encontrar fundamentos y razones para vivir la fraternidad humana ha sido una aspiración constante de la humanidad desde hace muchos siglos y Europa ha estado siempre a la cabeza de esta búsqueda. Sin embargo, hoy los fundamentos sobre los que se ha construido la fraternidad se muestran insuficientes. Hemos de buscar fundamentos en aquellos que más nos iguala a todos; ¡existo! Esto lo puede exclamar igualmente un europeo, un africano, un marroquí, un camerunés, un español. “Nada me falta para ser algo en vez de nada”; pues en la existencia no hay grados, aunque sí los hay en el modo de vivir.

¡Cambiará esto la alambrada de Melilla? Posiblemente no. Pero si los europeos y las europeas de hoy vamos sintiendo esta igualdad con todos los existentes –con todos!-, al mismo tiempo iremos cambiando la actitud ante ellos y quien sabe si algún día, los africanos y las africanas podrán dejar de gritar y en un diálogo sereno, entre todos, podremos hacer de este mundo – ¡de todos!-, un lugar más habitable para nosotros y para nuestros hijos.

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