Neurocultura quiere decir un encuentro entre las neurociencias que tienen que ver con la evolución, el funcionamiento del sistema nervioso, el producto de esas actividades cerebrales, que son: el pensamiento, los sentimientos y su correlación con la conducta humana. En resumen es la correspondencia del funcionamiento cerebral con todas las expresiones culturales sociales. Nuestro cerebro, que nos hace animales morales, se ha desarrollado a través de los siglos más que ningún otro de nuestra economía.
Los últimos miles de años de evolución cultural han alterado significativamente el desarrollo del órgano rector. La agricultura, la industrialización, el saneamiento, las nuevas tecnologías, las mejoras de las instituciones sociales y otros desarrollos culturales han producido avances para mejorar nuestra red neuronal.
El cerebro de los australopitecos era de unos 400 a 550 gramos; el de H. habilis algo mayor, de 500 a 700 gramos; y los primeros H. erectus tenían un cerebro de 600 a 1,000 gramos, es decir que en cada etapa evolutiva con miles de años se hace aproximadamente un 33% mayor. La evolución del cerebro se ha estudiado por mucho tiempo en función únicamente de los cambios del tamaño del cráneo en los homínidos, es decir, en la línea evolutiva que dio lugar al ser humano, pero un mayor tamaño cerebral no implica necesariamente capacidades más desarrolladas. El funcionamiento relevante del cerebro está dado por las conexiones neuronales que se establecen entre las distintas partes que constituyen el sistema nervioso.
La neurocultura es un reencuentro entre ciencia y humanidades, más bien con la neurociencia, es el conjunto de conocimientos sobre cómo funciona el cerebro, obtenido este conocimiento de variadas disciplinas y el producto de su funcionamiento, que son el pensamiento y las conductas humanas, relacionadas con las expresiones de la cultura en general, en cada conglomerado. Si partimos de que los valores y juicios morales derivan solo de los seres humanos y, por tanto, de su propia biología, y más específicamente de los códigos de funcionamiento cerebral en interacción constante con los demás seres humanos en el contexto de determinada sociedad con sus dinámicas variables culturales que son evolutivas.
Poco a poco se va aceptando el término neurocultura, en reconocimiento claro de que existe una relación causal entre el “estado funcional del cerebro” y la conducta social, aquí se incluye cualquier tipo de conducta, tanto las éticas, las moralmente aceptadas como las aberrantes. No sin razón en el hombre moderno la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. Y ello no es casual pues esa corteza aloja las funciones más complejas de nuestro cerebro, siendo el lóbulo frontal la porción que más rápidamente ha crecido y donde residen las principales funciones que nos hace ser humanos superiores.
Es en el lóbulo frontal donde se encuentran los controles neuronales de las funciones que nos dan distintivo de raza humana, nuestra capacidad para elaborar un plan y ejecutarlo, para tener un pensamiento abstracto, para llevar a cabo razonamientos lógicos, inductivos y deductivos, para tomar decisiones, para inferir los sentimientos y pensamientos de los otros, para inhibir impulsos y para otras muchas funciones que nos vuelven hábiles y racionales en nuestro desenvolvimiento social. Se puede entonces afirmar que este lóbulo frontal es el búnker de la conducta ética y por derivación de la neuroética.
La inteligencia, la toma racional de decisiones, la conciencia, el juicio social, la voluntad, la personalidad o la ética, tienen hoy con las investigaciones del cerebro la explicación para nosotros saber el porqué la especificad de estas acciones racionales de la especie humana y las razones que nos obligan a regirnos por normas éticas para la buena convivencia social, siendo todo esto parte de la neurocultura, de la que he sido un cultor militante por años, siendo estos “conversatorios” dominicales una muestra. Continuaremos.